Capítulo tres: En presente.

47 6 17
                                    

Levanto la vista del cuaderno para poder respirar un poco de todo lo que ha comenzado a pasearse de nuevo por mi cabeza. Recuerdos que creía dormidos me hacen tiritar de nuevo. Cómo de poderosas son las palabras, que con estos pequeños retazos que dejé grabados diez años atrás he podido sentir exactamente lo mismo en un presente forjado con sangre, sudor y lágrimas. Nunca mejor dicho. Vuelvo a dejarlo en su sitio, porque mañana me espera un día complicado, mi primer día en el nuevo puesto de trabajo... En la universidad... En un sitio que no conozco de absolutamente nada más que trastear el google maps. En qué momento decidí complicarme tanto la vida. Me río, porque al final es lo que más feliz me está haciendo, pese a que me acojona muchísimo esta nueva etapa de mi vida. Echo de menos Odense, a la gente de allí... A Alba. ¡Joder, Alba! Se me ha olvidado por completo que le prometí llamarla en cuanto hubiera terminado la mudanza. Por dios, qué desastre de persona soy. Miro la hora para comprobar que, de hacerlo ahora, la pillaría cenando con algo de suerte, si no ha decidido que hoy el día se le ha hecho demasiado bola y se ha ido a dormir pronto. Espero que hoy no sea uno de esos días. La llamo. Me late el pecho con fuerza porque no hemos hablado en algunos días, arreglando papeles, yendo de un lado para otro. Si es que tampoco he tenido tiempo ni para mí. ¡Ay, por favor! Acabo de mirarme al espejo... ¿Hace cuánto que no me lavo el pelo?

— Hey, bichín. ¿Cómo estás? ¿Las cajas te han dejado vivir por fin? —su voz me saca del trance de auto acribillamiento, y una sonrisa se hace hueco en mi boca.

— Uf, sí. No sabes cómo necesitaba por fin saber dónde tengo las cosas - se ríe conmigo. Madre mía, cómo echaba de menos su risa—. ¿Por allí todo bien?

— Sí, va todo genial. Estuve pintando un poco. Por placer, digo. Nada de trabajo, bastante tengo ya.

— Ah, ¿sí? —me tumbo en la cama, dispuesta a seguir la conversación hasta que me cuelgue ella. La única persona que conseguiría calmarme aunque estuviese segura de que en un minuto mi corazón dejaría de latir, sin duda, es ella—. ¿Y qué has pintado?

— Pues... —oigo cómo unas patitas repican en el suelo, Engla, seguramente—. Hoy he tenido que ir a un sitio por la agencia, ya sabes —le doy la razón con dos golpes de voz para que sepa que la escucho—. Y de vuelta me pillaba de camino el Loztes... Así que me quedé un ratito a retratarlo. Llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo, en realidad.

El Lotzes* era un pequeño parque con un laguito en medio que descubrimos juntas un día de turismo. Aunque más bien toparnos con aquel sitio fue pura casualidad. Y al final, con la tontería, siempre acabábamos ahí, así que era como nuestro pequeño rinconcito sagrado. Espero poder volver y hacer más campings con ella allí.

— ¿Me lo enseñarás?

— Ajá... Cuando vuelvas —se queda en silencio, supongo que esperando una respuesta... Pero solo me sale suspirar ante la evidente falta que me hace volver a su rutina.

— Espero que sea pronto. De verdad.

— Dios, no ha pasado ni una semana... Qué duro va a ser no verte todos los días —un maullido se cuela por el aparato y a mí mi pecho me pide más de esa calidez—. En te dice hola. Ella también te echa de menos.

— Ay, mi bolita de pelo. Porfa, lléname el whatsapp con fotos de la peque.

— ¿Como llevaba haciendo todo este año? —se ríe con ganas, y a mí me lleva con ella.

— Sí, obviamente. Pero aún más.

— Cariño, la mitad de nuestras conversaciones de whatsapp son sobre la gata... Y de la otra mitad, tres cuartos sobre comida. Yo ya no sé qué quieres de mí —empieza a dramatizar, porque es un recurso que tiene para quitarse la tristeza de encima, y a mí me encanta que nunca pierda eso.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now