IX. El eterno retorno.

17 3 1
                                    

Lloro lo que nunca he sido, lo que no me atreví a ser.

Lo que dije, lo que no, lo que diré.

Me desvanezco en esta sal que se me escurre entre mis dedos,

desafiando,

sin temor,

a mis miedos.

La pena me desborda lo que me empeño en sacar.

Lo que me conformará.

Las personas que fueron, las que vendrán.

Lloro por el temor, por lo que siento enganchado al pecho.

Lloro por todo lo que llevo dentro,

mis heridas, mis cicatrices sin cerrar.

Los recuerdos, los sentimientos, los gritos, los susurros.

Las canciones de rock a las tres de la madrugada,

las tristes detrás del mundo,

las escritas en francés, en inglés, en catalán.

Las melodías alegres,

las que no lo son tanto y aun así sacan sonrisas.

Personas, miradas, gestos.

Ojos a trasluz, pupilas dilatadas, brazos abiertos, bocas cerradas.

Saltar, correr o andar.

Viento entre las páginas de un cuaderno,

de todas estas hojas.

Soledad, confort.

Manos rodeando un cuello ajeno,

humedad,

lenguas expandidas, explosiones.

Despedidas.

Amistades desaprovechadas.

Más despedidas.

Risas enlatadas, rebotando en la cabeza, dientes curiosos, inquietudes.

Conocer gente nueva, esconderse,

acabar refugiada en los de siempre.

Huidas, retornos, recaídas.

Pestañas que levantan vuelo,

trece lunares,

veinticuatro días para un viernes de mala suerte,

veintiséis para encontrar una miel agridulce.

Volver.

Tener pavor del ascenso, de estar bien, de ser feliz.

Querer mucho, intenso, de nuevo.

Comprometerse a sentir, sin cuerdas.

Hacer de este presente un pasado que merezca llevar a la espalda.

Pensar que, después de todo,

"aunque se te rompa, el corazón sigue latiendo".

Leer libros, vivirlos, escribir otros.

Entender todos mis poemas, convertirlos en canción.

Destrozarme los dedos contra todas las teclas de un piano que no sé tocar,

dejar que sea la guitarra quien me escuche.

Cambiar de sitio los calcetines,

el café por el té,

la noche por el día,

el negro por color.

Romper cualquier barrera que me impida

A V A N Z A R.

Hay momentos que, sin previo aviso, se me cuelan dentro,

calan profundo y me hacen recordar

que sigo temblando al ver los vértices del papel,

las curvas que trazo en él.

Hay momentos que no avisan,

te hacen sonreír, otros que duelen,

que se convierten en llanto sin poderlo evitar.

Hay momentos que llegan sin avisar,

hurgando dentro, dejando huella,

quemándote las manos al tratar

de mirar atrás.

Hay una historia que nunca cuento,

que nunca sé cómo contar.

Y hoy lloro por lo que nunca he sido,

por lo que llegué a ser.

Lloro por lo que nunca dije, también por lo que diré.

Por lo que intento hacer ver,

por lo que verso en papel.

Por lo que veo, siento y digo ya no lloro.

Por lo que quiero, repito y entiendo,

YA NO LLORO.

El llanto no me ocupa lugar

en lo que soy.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now