Epílogo.

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Y ahora que te vas, recuerda volver a casa. Encuéntrate... pero vuelve a casa.

Miro a Sky, que está con la lágrima cayéndole de los ojos, suspira entrecortado y me devuelve la mirada con algo de nostalgia y los lacrimales rebasándole el nivel habitual.

—Es preciosa —afirmo, cuando ella ha quitado el vídeo que ha encontrado por Twitter de Alba Reche estrenando la nueva canción en un concierto.

Se aferra a mí, buscando un calor que no dudo en darle. Noto cómo pasea su nariz por mi cuello, acariciándome con ella y haciéndome cosquillas al respirar. Mete su mano por debajo de mi camiseta para encontrar aún más puntos en común entre nuestros cuerpos.

—Creo que el confinamiento me está afectando demasiado a las hormonas, eh. — Su voz suena gangosa y las dos nos reímos. Se levanta lo justo para buscar un pañuelo y limpiarse los mocos, deshaciendo el contacto.

Blake levanta la cabeza ante el movimiento, asegurándose de que todo está bien. Poco tarda en incorporarse y acercarse a nosotras, apoyando su cabeza en las rodillas de Sky. Mi chica le acaricia la carita, enternecida por la empatía muda que demuestra el animal.

—No pasa nada, bebé —le dice, sin dejar de juguetear entre el pelaje crema de nuestro perro gigante.

Cuando llegó a casa este mastín del pirineo sabíamos que iba a crecer, pero jamás pensamos que lo haría tan rápido. Tenía apenas nueve meses y casi nos llegaba a la cintura su cruz. Sin embargo, pese a su tamaño, era una enorme bola de pelo cariñosa. No se separó de nosotras hasta el quinto mes y, aún hoy, es raro verle lejos de donde estemos. También ha influido en que su comportamiento sea tan apacible que nos interesáramos por educarle bien desde el principio, tomando clases de adiestramiento especializadas en perros grandes. Y pese a la de pelos que suelta, los charcos de babas que a veces nos hacen resbalar por casa y lo pesado que se vuelve a veces en su insistencia por su ración diaria de mimos, ha sido un regalo.

Hay veces, de verdad, que le miro y solo puedo pensar en lo bonito que es, en lo mucho que le quiero y en cómo nos ha robado el corazón el cabrón en tan poco tiempo. Si es que hasta a mi padre, ¡el que no soportaba los perros! Hasta él me pregunta todos los días cómo va, que se ha puesto hasta de foto de perfil en el WhatsApp una instantánea que nos hice a Sky y a mí haciendo el tonto con él en primer plano. Pero es que cómo no íbamos a quererle.

Por si fuera poco, ha sido un amainante a todo el estrés que hemos vivido en los últimos seis meses. Una pandemia mundial, un estado de alarma y las fronteras cerradas están dejando de este dos mil veinte un año increíble para quienes estudien historia en un par de décadas. Puede que incluso menos.

Hemos tenido tiempo para pensar, aburrirnos, saltar por los sofás, redecorar el salón, coger costumbre de cepillar todas las noches a Blake, probar nuevas posturas sexuales, engancharnos a tres series, terminarnos el modo historia de los cuatro Uncharted, del The Last of Us, aprendernos de memoria Quimera, el disco de Alba Reche e, incluso, encontrar una nueva teoría conductual aplicable a la docencia en universidades.

Han sido unas semanas de locos.

Y, aun así, solo hemos conseguido afianzar nuestra relación. Sky me sigue mirando con los ojos brillantes, con la calidez de ese Sol que reviste sus pupilas. Y yo le sigo dedicando todo el amor que me cabe en el pecho.

Hay un desorden milimétrico en la manera en la que se han sucedido todos los minutos en esta casa, en este hogar que hemos creado. Pero hemos impuesto una lógica precisa para no perdernos entre el revoltijo de segundos que nos han compuesto hasta este presente.

Observo, maravillada, cómo Sky le pone caras absurdas a Blake, que gira la cabeza en cada cambio. Sonrío con todo el cuerpo y grabo la escena. La rubia se dirige a mí, a la cámara, y sigue haciendo el bobo. Hay algo de cotidianidad y, al mismo tiempo, de excepción.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now