Capítulo veinte: El final del principio.

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Hoy es el último día de viaje, ya casi entramos a Madrid para devolver la autocaravana y volvernos a nuestra casita. Empezar otra vez, construir desde cero una vida con alguien. Suena casi idílico. Estoy deseando llegar a Copenhague para buscar un apartamento con Sky, mirar muebles, hacer las maletas, tirar todas esas cosas que vas acumulando sin saber muy bien por qué pero que no necesitas y cuya única oportunidad de desaparecer es en la mudanza. Estoy pletórica, llena de vida. Noto mi sangre fluir por mis venas con más oxitocina que de costumbre, como si una dosis extra de serotonina y de dopamina se hubiera desparramado por mi cerebro.

Sigo en ese estado límbico en el que me he sumido, con la constante de la voz de mi pareja, mi compañera de viaje, de vida, cuando llegamos al lugar donde debemos dejar el vehículo y así sigue cuando nos sentamos en el Uber que nos llevará hacia el aeropuerto. Parece todo muy repentino. Pasamos de estar dos semanas sin parar de viajar y nada más llegar de vuelta al sitio del que partimos, nos toca volver a casa. Pero tampoco podría decirse que ha sido rápido, pues hemos tenido casi todo el día para hacernos a la idea de aquello. Noto el móvil vibrar en mi bolsillo y suelto la mano de Sky para atender la llamada entrante de mi padre, no sin extrañarme primero porque no suele llamarme.

-Ana, hija -dice, nada más descolgar el teléfono, con un tono de angustia que me encoje el corazón.

-¿Papá? ¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien? -pregunto, ante su silencio provocado por un sollozo-. Me estás asustando. ¿Estáis mamá y tú bien? -Otro lamento que me parte en dos ante una situación hipotética que se me acaba de presentar en la cabeza.

-No, hija... No estamos bien... Mamá... -Coge aire, interrumpido por quejidos-. Mamá se ha ido.

-¿Adónde? ¿Habéis roto? Papá, dime algo.

-Ana, cariño... Mamá ya no está entre nosotros.

El corazón se me acelera, mis pulmones se paran, un estallido en el cerebro me recorre el cuerpo, dejándome en estado de mínima energía. Parpadeo rápido, poniéndome nerviosa de repente. El nudo en la garganta me ahoga cada vez más y ni siquiera sé en qué momento he empezado a llorar, pero tengo la cara empapada.

-No... No me jodas, dime que no. Papá, dime que no es cierto -digo a media voz, esperando que sea una broma de mal gusto, haciendo memoria buscando alguna fiesta de los santos inocente en alguna parte del mundo.

-Sé que esta noche cogíais el avión de vuelta a Dinamarca, pero podríais venir...

-Por supuesto, claro -le respondo, automáticamente-. En cuanto lleguemos al aeropuerto cogemos el primer avión para allá. Te aviso cuando sepamos algo.

-Tened cuidado, ¿sí? No quiero perderos a vosotras también.

Dejo la llamada terminar, mirando el asiento de enfrente, sintiendo la mirada curiosa de mi novia en mi cara. Tiembla mi pecho y tiemblo yo al volver a pensar en ella, en la persona que después de darme la vida, me la llenó de recuerdos bonitos. Lloro otra vez, de impotencia, de rabia, de no estar en sus últimos días junto a ella.

-Ey, ¿qué pasa? -La preocupación en la voz de la rubia me hace despegar la vista del frente, concentrando toda mi atención en ella, que se ha acercado a mí, intentando envolverme en sus brazos como buenamente puede-. ¿Ha pasado algo, mi amor?

-Mi madre... -se me rompe la voz antes de terminar y niego con la cabeza para que entienda el significado al completo. Lo entiende y veo el tembleque en su barbilla antes de dejarse soltar una lágrima y no más.

Se hace valiente para mí cuando salimos del coche, cuando cancelamos nuestros billetes y cuando compramos los que nos van a dirigir a mi ciudad de origen. Intento dejar la mente en blanco hasta estar allí, junto a mi padre, junto al resto de la familia. Dejo de llorar cuando nos adentramos en la multitud, dado que por algún misterio mi cuerpo me impide hacerlo delante de la gente. No es que me dé vergüenza, ni que me preocupe que alguien me juzgue, ni que piense que alguien se pueda burlar de mí, simplemente, por muchas ganas de llorar que tenga, si mi cabeza sabe que estoy en público, me cierra la llave de los lacrimales.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now