Capítulo cuatro: Breve introducción al caos.

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Un mes. Un mes había tardado en pifiarla. Un mes en no tener en cuenta que ya no vivía en España. Sé que sueno a petardo en el culo y que lo mío es quejarme de absolutamente todo para después decir lo mucho que me gusta toda la situación. Pero he pasado veintitrés años en un país y ahora se me está poniendo todo patas arriba. También tendré derecho a indignarme de mí misma, ¿no? ¡Digo yo! Acabáramos si no... En fin, que llevo un mes en este trabajo y ya me han echado mi primera bronca. Tanto equipo, tanto equipo... blablablá. Yo aprenderé, yo sé que sí. En fin, el caso es que básicamente me han metido a tres tipos en el equipo que debería haber formado desde un primer momento y no hice porque así es Ana, una tía con cabeza y ganas de acatar normas. Total, que con la tontería tengo a Gerda comiéndome la oreja cada dos por tres. No me cae mal, pero su insistencia en que me incluya en todo me resulta un poco agobiante. Bueno, un poco no, bastante. Que la chavala irá de buenas, pero alguien debería decirle que quedarse mirándome fijamente y sin pestañear cada vez que hablo es, cuanto menos, siniestro. Por lo menos sé que se preocupa por ayudarme a estar lo más a gusto posible con todo lo demás. Nos estamos despidiendo, por fin, porque ha llegado el final de la jornada de trabajo a las siete de lo que aquí se considera noche, pero me intercepta esa cabellera pelirroja ondulada en cuanto estoy a punto de echar a andar después de recoger mis cosas.

­­- Hey, hola. ¿Te vas ya?

- Pues sí, esa era la idea, es tardísimo -digo yo, no muy convencida de cuáles son sus planes.

- Es que estábamos pensando en salir a tomar algo por ahí, por si te querías unir...

- Em... -titubeo-. No sé...

- ¡Vamos! Una copa, un ratito. Te vendrá bien tener amigos por aquí.

Su insistencia me sigue pareciendo un poco perturbadora, pero ese comentario me ha hecho replantearme la verdadera intención detrás de todos sus gestos.

- Bueno, una cerveza no viene mal nunca... -acabo cediendo porque al final, tiene razón, aquí en Copenhague solo conozco a Karen y al chaval de la cafetería que siempre me atiende y que sé que se llama Arlen por la chapita de su nombre.

Acabamos en un bar cerca de la universidad* después de dar un par de vueltas porque al parecer abren a las ocho pero que ha merecido la pena porque el sitio es bastante bonito. Las paredes tienen acabados en piedra y nos hemos conseguido colocar en una especie de reservado con un sofá de los que parecen más cómodos cuando los miras que cuando te sientas. Pero la noche acaba con más risas de las que me esperaba, y el ratito que me propuse se ha alargado a unas cuantas horas. Añadiré que la decoración ha hecho puntos para dejar de sentirme invadida y comenzar a tener confianza en las cuatro personas que han acabado viniendo aparte de mí. Gerda se ha dejado llevar más por la compañía y, al ver que no tenía problema en seguir las bromas, se ha relajado en su tétrica manera de darme a entender que está preocupada por mí. Me anoto mentalmente que debería agradecerle el gesto.

La gente comienza a retirarse sobre la una de la madrugada alegando que tienen planes por la mañana, así que nos quedamos mi compañera y yo a solas, esperando a ver quién cede antes. Tengo claro que voy a ser yo.

- ¿Te llevo a casa? -propone en cuanto salimos por la puerta del local.

­- Te lo agradecería, vengo en bus.

- Ya son ganas, ¿eh? ­-me río ante el comentario porque tiene razón, el transporte no está mal, pero es probable que llegase en menos tiempo viniendo en bici.

- Sí, bueno, me relaja, así que no me voy a quejar.

Después de un ratito corto de viaje en coche con la conversación relajada que me ha dado Gerda, llegamos a mi puerta, así que me despido.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora