Capítulo catorce: Debajo de la piel.

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Escucho los gritos de dolor que emite en cada movimiento de la doctora. Me agarra la mano con fuerza y yo intento no mirarla demasiado porque me está retorciendo a girones el alma verla así. Sus ojitos dorados me observan, sé que está preocupada por mí, pero he sido yo quien ha insistido en acompañarla a las curas. Cuando la médica da por concluida la sesión, ambas suspiramos profundamente, sabiendo que por hoy nos van a dar un poco de tregua.

— ¿Estás bien? —me pregunta cuando llegamos a la habitación.

— No es a mí a quien le han echado alcohol en una herida abierta... en el coño —levanto las cejas, intentando darle humor al asunto. Se ríe, todo está bien.

— Merece la pena —dice la rubia, después de un par de minutos de silencio en el que nos hemos quedado mirando a los ojos. Yo hago un gesto confuso, sabe que quiero que me explique—. Todo esto, el dolor, los meses de dilatación. Merece la pena —le paso un mechón de pelo suelto por detrás de la oreja, está más bonita cuando se le ve la cara.

— Yo solo quiero que tú estés bien. Y si tenemos que pasar por esto, pues lo pasamos juntas —le agarro la mano, entrelazando nuestros dedos. Es nuestra particular forma de mantenernos unidas, pues los abrazos se han quedado siempre en un intento fallido. Con paciencia.

— No es necesario. He llegado hasta aquí solita —entrecierro los ojos y le dedico una sonrisa ladeada, siempre va a ser mi guerrera favorita.

— Eres una valiente. Te lo digo muy poco para todo lo que lo siento. Y lo sé. Sé que no me necesitas, pero quiero estar.

— Yo quiero que estés —pasa el dorso de su mano por mi mejilla y yo disfruto todo lo que el efímero gesto me permite.

Me comienza a vibrar el móvil en el bolsillo y refunfuño por tener que salir de nuestra órbita. Porque es casi magnético estar con ella. Pero no puedo dejar el mundo en pausa cada vez que estoy con ella. La alegría que me deja en el cuerpo Sky no se va al ver el nombre que se ilumina en la pantalla. Descuelgo con ligereza, guiñándole el ojo a mi compañera y saliendo de la sala para poder hablar tranquila.

— ¿Cómo está? —es lo primero que me dice una voz que me sé de memoria.

— Está animada, está feliz.

— ¿Y tú? ¿Cómo estás tú?

— Yo estoy genial, mamá. Lo peor lo pasamos esta semana. Después el alta y solo serán ejercicios en casa. ¿Cómo andáis por allí? ¿Todo bien?

— Sí, cariño. Aquí todo como siempre. Tu padre cada vez más cansado, pero bueno, cosas de la edad —se ríe, yo con ella.

— Uy, sí, como sois unos vejestorios, momias, dinosaurios —enumero. Mis padres siempre han trabajado mucho, es normal que tengan el cuerpo y la mente hechos polvo.

— Y como nos queda nada ya en este mundo... —deja en el aire, quiere algo, bendita madre.

— Pide por esa boquita.

— Podrías venirte unos días a vernos.

— Ahora mismo es un poco complicado...

— Cuando termine las curas. Podríais veniros las dos. Papá está deseando conocerla. Y a vosotras os vendría bien un poco de aire nuevo.

— Te prometo que cuando esté en casa hablo con ella y lo vamos viendo, ¿vale?

— Vale, cariño. Dale un beso de mi parte.

— Daos dos de la mía —respondo, sabiendo que la conversación se ha terminado y escuchando el pitido seguidamente.

Entro de nuevo a la habitación y me siento en el sillón que ocupo al lado de la camilla. Sky está entretenida con un juego de móvil, pero levanta la cabeza para sonreírme y dejarme claro que le gusta mi presencia aunque no hablemos. Me acomodo en mi asiento y cojo aire.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now