11.

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ONCE

Quiero matar a quien sea que esté caminando sobre mi cabeza. Siento que una manada de elefantes está haciendo una fiesta en mi espalda y la cabeza me palpita. No, no son solo los elefantes; es todo el maldito reino animal.

Veamos... Estoy en una cama, de eso estoy segura. Al menos sé que he llegado sana y salva a casa, de alguna manera. Sin embargo, el perfume en la almohada me dice lo contrario. No estoy en casa. Me muevo y suelto un gemido cuando giro el cuello. Cristo, quiero morirme. Un mareo me invade y la cabeza me palpita.

—Isla... — ay, dios. ¿En serio? ¿No podía meterme con cualquier otra persona mientras estaba ebria? ¿Tenía que irme a buscar al tatuado? ¿Mi versión ebria lo llamó en la madrugada?—. ¿Estás despierta?

—No—suelto un gemido lastimero y realmente deseo no estarlo. De hecho, por la poca dignidad que me queda, desearía no haber despertado jamás.

Creo que se ríe.

—Cuando despiertes, en la mesa de luz hay una pastilla para la resaca. Estaré en la cocina.

No digo nada, sólo aprieto los ojos y espero a que él se vaya para abrirlos. La habitación es grande y espaciosa, con la cama en el centro y algunos muebles. Todo en un perfecto orden, que difiere mucho con la situación habitual en mi departamento.

Salgo de la cama y me observo a mí misma. Tengo una camiseta, que por el aroma a jabón estoy segura de que pertenece al tatuado y mi ropa interior. Hay una puerta entreabierta, en la pared del otro lado del pasillo, que parece ser un baño. Agarro la pastilla en la mesa de luz y la tomo, porque la reconozco. La cabeza me duele horrores.

Me meto en el baño. Ni siquiera quiero mirar mi reflejo en el espejo pero me observo por unos segundos antes de hacer un recogido con mi pelo enredado y enjuagar mi cara y mi boca con agua del grifo. Al menos agradezco que no usé maquillaje, o parecería mapache.

Hago pis y me reviso. No parece como si hubiéramos follado, ni hay rastros de semen o excitación entre mis piernas, por lo que me siento un poco más tranquila.

Busco mi vestido pero no lo encuentro por ningún lado, así que resignada, salgo con lo que tengo puesto. Miro a ambos lados del pasillo y creo que la cocina está hacia la derecha, puesto que escucho las voces del telediario de los domingos. ¿Acaso ese programa no está al mediodía?

Camino hasta allí, sintiendo cada vez más vergüenza. Ni siquiera recuerdo bien por qué terminé con Killian ahí. No recuerdo casi nada, sólo haberme subido a su coche y decir un montón de tonterías de las que me encuentro arrepentida. ¿Cómo coño voy a mirarlo a la cara?

Me acerco a la entrada de la cocina y el olor a tostadas y café me invade. Killian está dándome la espalda, haciendo algo en la mesada de granito. Carraspeo, sin saber muy bien cómo empezar esta conversación. Conversación que realmente amaría evitar, pero... soy adulta. Al menos eso aparento... y si Killian y yo follamos o lo que fuera, debo hacerme responsable de mis actos.

—Hola—mi voz sale más baja de lo que recuerdo que era. Tal vez mi cerebro se atrofió.

—Buenos días—Killian se gira y me da una mirada divertida—. ¿Cómo amaneciste?

¿Qué puedo decirle?

—Extrañamente, no en mi cama—me rasco el brazo, nerviosa.

—Lo sé—Killian deja un plato con tostadas en la mesa del centro de la cocina y me las señala—. Come, seguro que tienes hambre.

—¿Por qué llevo puesta tu ropa? —me acerco y dejo caer mi culo en uno de los taburetes.

—El vestido que tenías puesto no parecía muy cómodo— se encoje de hombros—. Te había dado unos pantalones cortos también, pero te los quitaste a mitad de la noche.

Fuera del set #1Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt