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Peter

El sonido del móvil me taladró los oídos e hizo que el cerebro me repicase dentro de la cabeza. Palmeé la mesilla hasta que el aparatito cayó al suelo, pero siguió sonando, así que cedí a la tortura. Me senté en la cama y me tomé un momento para mirar al vacío, mientras me masajeaba las sienes.

Quien fuera que me llamaba paró y suspiré aliviado. Sin embargo, no pude ni volver a tumbarme antes de que empezase a sonar de nuevo. Me quejé un poco, pero ya estaba despierto, así que estiré el brazo para alcanzar el aparato y respondí sin mirar ni quién era.

—¿Sí? —pregunté, con la voz tan rasposa que apenas la reconocí.

—Hola, Pete. Tienes que ir a por Kayla —me pidió Lory, bastante más despierta que yo. Supuse que ella ya llevaba un par de horas dando vueltas por el mundo.

—¿Otra vez? —me quejé, tras aclararme la garganta.

—Ya han pasado quince días. Mira si no quieres déjalo, iré yo y...

—No te alteres, Lory, iré a por ella —corté su bronca antes de que empezase.

Me dolía la cabeza demasiado como para aguantar la regañina de mi exmujer. Me levanté sujetando el móvil entre la oreja y el hombro y recorrí los tres pasos exactos que separaban la cama de la cocina. Y no pude evitar el vistazo a mi alrededor con disgusto. Llevaba un año viviendo allí y aún echaba de menos mi anterior apartamento.

—Me gustaría que nos viéramos, Pete. Estoy preocupada por ti y...

—Un túnel, Lory, no te oigo.

Agité la cafetera, pero estaba vacía, así que rebusqué en los escasos armaritos del sitio en busca del bote de café para preparar más.

—Cena conmigo —insistió ella.

Volqué el bote de café para que cayesen un par de triste y solitarios granos.

—No tengo hambre, Lory.

Dejé caer el bote vacío al fregadero, con un suspiro y abrí la pequeña nevera en busca de algo para desayunar.

—Ya tendrás hambre a la hora de la cena...

—No, no creo. Ya hablaremos.

Colgué sin darle más tiempo a invitaciones que yo no iba a aceptar y saqué un botellín de cerveza de la nevera. Supuse que una cerveza era tan buen desayuno como cualquier otro. Abrí el botellín contra la encimera y le di un trago antes de dejarla allí para irme a duchar.

Me golpeé el pie con la pata de la cama al pasar y maldije en voz tan alta que mi vecina aporreó la pared. No sabía que esperaba conseguir con eso, porque me daban más ganas de gritar, pero decidí dejarlo pasar y me metí en el estrecho baño.

El apartamento era ridículamente pequeño, todo era una habitación del tamaño de... bueno, una habitación normal. Había visto caravanas más grandes. Seguro que hasta había furgonetas más grandes. Pero era lo único que había podido permitirme después de mi último divorcio. ¿Era el quinto o el sexto? ¿Quién llevaba la cuenta...?

Y el baño no era más grande que el resto. La ducha ni siquiera tenía delimitaciones. El desagüe estaba casi en la mitad del baño, que tenía un váter ridículamente pequeño y un lavabo que apenas echaba agua.

Hogar, dulce hogar.

Me revisé las ojeras y los ojos rojos en el espejo. Tenía mala pinta, pero supuse que tampoco importaba mucho. Me planteé afeitarme, pero la pereza ganó la batalla. Me lavé los dientes y luego encendí el agua de la ducha, que tenía un pequeño calentador en la esquina, tan pequeño que apenas echaba agua caliente los cinco primeros minutos. Por lo que procuraba que mis duchas fueran más cortas.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora