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Peter

Gwen logró hacer que me sintiera mal con todo el tema de Kayla. Y el miércoles me desperté bañado en sudor por una pesadilla en la que yo me transformaba en mi padre y acabó de hundirme la moral. ¿Y si le estaba creando a la pobre niña los mismos traumas que mi padre nos había creado a todos sus hijos?

Así que cuando salí de clase fui directo a casa de Lory. Llegué a tiempo de ver a mi exmujer sacar a la niña del coche. Y no pude evitar mirarla. Por más que quería odiarla, aún sentía algo muy dentro que me quemaba. Que injusta era la vida.

—¡Papi! —La niña fue la primera en verme y extendió sus bracitos hacia mí.

Lory se giró sorprendida, pero dejó que la niña viniese conmigo. Yo la abracé con algo más de fuerza de lo que solía hacerlo y enterré la nariz en su cuellito suave. Me pregunté, una vez más, si yo habría sido suficiente para ella. Olía a bebé. Desde que me divorcié de Lory no me había molestado en olerla. Era curioso, pero no pude evitar pensar en esos primeros días felices después de que naciese.

—¡Pete! ¿Qué haces aquí? —me preguntó ella, subiéndose las gafas de sol para ponérselas de diadema.

—El otro día me puse muy borde. Si quieres, podemos hablar.

—¿Subes? —me ofreció, y yo asentí un par de veces.

Ella sacó la mochila de la niña del coche y lo cerró, antes de acompañarme escaleras arriba hacia mi antiguo apartamento. También me había olvidado de lo mucho que me gustaba aquel lugar. Casi me parecía una burla que Lory siguiera viviendo en un piso así.

Básicamente era un espacio diáfano, con paredes de ladrillo visto y un par de habitaciones grandes y luminosas. Siempre me había parecido un piso de tío soltero, pero mi exmujer lo había llenado de juguetes y flores y parecía acogedor. Familiar. Lo que no había parecido nunca cuando yo vivía allí.

Solté a Kayla al llegar al salón y ella corrió a su habitación para jugar con algo. Lory se acercó a la zona que hacía las veces de cocina y volvió con un par de cervezas, tendiéndome una de ellas.

—Has cambiado de coche —le dije, por romper el hielo.

—Un Ferrari no era muy apropiado para llevar a una niña —explicó ella algo incómoda. Quizá por haberse deshecho de lo único que yo había sacado de mi familia, de hecho, me lo había regalado Jade, ni siquiera mi padre.

—Ya. Supongo que no. Podrías habérmelo devuelto. ¿De qué querías hablar ayer?

—De todo. De nosotros. Del futuro.

—Nada de eso existe, Lory. Quizá no he hecho bien en dejarte fuera tanto tiempo. Supongo que por el bien de Kayla deberíamos aprender a llevarnos con respeto.

—Te largaste tú. —Me lo echó en cara, como si no hubiera escuchado mi discurso.

—Lo sé. ¿Y no crees que ya perdí suficiente por ello? Mi casa, mi piso, mi familia... Mi padre prefiere llamarte a ti y ayudarte a ti, antes que a mí. Me encantaba este sitio. Y pensé que lo que tú y yo teníamos era real.

—Puedes recuperar todo eso. El coche lo tiene tu padre, él me dio el monovolumen. Solo quiere que te centres, que sientes cabeza.

—Mi padre quiere para mí lo que nunca ha logrado tener él... —me burlé.

—¡Sí! ¡Quiere que aprendas de sus errores! —se quejó ella en un grito.

—¿Mami? —Kayla salió de su habitación y se acercó a su madre, alternando sus ojos oscuros entre los dos. Parecía asustada.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Où les histoires vivent. Découvrez maintenant