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Peter

Me gustaría poder decir que estaba haciendo algo más que autocompadecerme, pero no era ni las ocho de la mañana y ya iba por la tercera cerveza. Aunque, en honor de la verdad, había empezado por la noche y me había dormido entre la primera y la segunda lata. Me había despertado Kayla, saltando sobre mi estómago sin mucha delicadeza.

Yo intentaba no ser borde con la niña, porque parecía realmente encantada con tener por allí a mi sombra. Porque no era yo. Era una mala fotocopia, una caricatura. No tenía ganas de nada.

Preferí dejar el trabajo que pelearme contra las declaraciones de... ella. Y dejé mi piso para volver a mi viejo apartamento, no ya porque lo echase de menos, porque no podía darme más igual. Quería estar cerca de Lory para acordarme.

Porque la primera semana que intenté quedarme en mi piso, me había descubierto en un par de ocasiones pensando en... ella. Y estuve a punto de correr a su lado como un idiota. Así que decidí ir a un sitio que doliese, para que el dolor me recordase su traición.

Y Lory mantenía un estado de estrés suficiente en mí, para impedirme pensar en... ella. Mucho, al menos. Bueno, vale, era mentira, no dejaba de pensar en... ella. Pero, al menos, me recordaba lo malo y no quería volver a pasar por aquello.

Para estar con una mujer mentirosa, me quedaba junto a Lory, que al menos ya no dolía.

Mierda.

La autocompasión solía asquearme, pero ya no sabía ni cómo salir del pozo. Mi exmujer me había gritado un par de veces que al menos podía ayudar en casa, si no pensaba trabajar. Pero yo llevaba cuatro años pagándole una pensión más que generosa para mantener a una hija que no era mía. Por no hablar del dinero que le pasaría mi padre. Estaba seguro de merecerme un par de meses de calma para lamer mis heridas hasta que dejaran de escocer.

Y, pese a todo, Kayla se había convertido en lo único bueno de cada día. Solía levantarme un rato para estar con ella y que no pensase que su padre era un deshecho de la sociedad. Yo que sé, darle buen ejemplo o algo. El poco tiempo que no estaba bebiendo o fumando en la ventana, lo pasaba jugando con ella. Le encantaba el maquillaje, al parecer, y combinar ropa de colores que le quitaba a su madre y que no pegaba ni con cola. Pero era monísima y siempre conseguía arrancarme una sonrisa.

El caso es que allí estaba, saltándome encima y perdiendo puntos de monería a chorros (aunque se podía permitir derrocharlos), cuando alguien llamó a la puerta. Lory estaba en su habitación, yo estaba más cerca, pero no hice intento de moverme. Me miró mal cuando salió de camino a abrir. Llevaba un vestido vaporoso con el que me pareció que estaba preciosa, aunque yo ya no sentía nada, así que, pese a que había tratado de seducirme en repetidas ocasiones, yo no había cedido.

Lory abrió y Kayla se bajó de encima de mí para correr a ver quién era. Solía ser Carl, un vecino que trataba de meterse bajo las bragas de mi exmujer, que le trataba como si fuera su mejor amiga.

Ella era demasiada mujer para él, pero sabía mantener su interés alto para conseguir cosas. La verdad es que ya me daba exactamente igual.

—Hola.

La voz del maldito duendecillo me sacó del pozo de golpe, y me sentí como bajo el sol abrasador del desierto. ¿Qué hacía allí? Después de haberme engañado, manipulado y humillado públicamente...

Y, pese a todo, me levanté del sofá y caminé hacia ella como si fuera una bruja hipnotizándome. La madre que me parió, no tenía ni una pizca de dignidad.

La vi agachada tras Lory, abrazada a Kayla y tuve que usar toda mi puta fuerza de voluntad para no sonreír. ¿Qué me pasaba? La odiaba, traté de recordármelo. Yo le di todo y ella se había burlado de mí, acostándose con su exmarido. Y, para colmo, me había tratado de liar la misma que Lory, como si fuera a colar dos veces. ¡Y sabiéndolo!

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now