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Peter

Estaba teniendo un sueño precioso, en el que hacía el amor con Gwen en un bosque, junto a un río iluminado por la luna llena, cuando un horrible golpeteo me hizo despertarme. La verdad es que no tenía ni puta idea de qué había hecho ese duende para meterse bajo mi piel tan profundo. Hacía mucho que no me sentía así por ninguna mujer. Quizá ni siquiera por Lory... ¡Y ella enamorada de ese bestia de su exmarido!

Me levanté, porque alguien seguía aporreando la puerta y me metí en los primeros vaqueros que encontré tirados por el suelo.

Después de que Lorcan y Gabrielle se fueran el sábado por la tarde habíamos pasado un fin de semana muy tranquilo. Gwen me dejó quedarme hasta el lunes por la mañana, cuando había llevado a Kayla a la guardería y luego me fui a clase. Y, aunque había intentado quedarme esa noche también, Gwen me aseguró que si no tenía que cuidar la niña, podría quedarme solito...

¿Cómo iba a poder? Si ni siquiera podía pensar con claridad sin ella ya...

Abrí la puerta de un tirón, para encontrarme a Lory aún con la mano en alto para seguir aporreando mi puerta. Entró, empujándome con el codo en el proceso y miró alrededor asqueada antes de clavar la vista en mí.

—¡¿De qué puta mierda vas, Peter?! —me acusó.

Sinceramente, no llevaba bien los gritos mañaneros y menos cuando no sé qué he hecho, así que volví a la cama, me senté al borde y me encendí un cigarro, para dejar que mi exmujer se desahogase. Sabía que le encantaba gritar un buen rato antes de centrarse en el problema que la ocupaba.

Me había acabado la mitad del cigarro antes de que ella dejase de gritarme por mi irresponsabilidad, la mierda que había en mi piso (como si ella no se hubiera quedado mi apartamento y mi dinero y me hubiera tirado a ese agujero infecto) y sobre ser muy inmaduro, y soltase lo que de verdad le molestaba.

—¡No puedo creerme que hayas llevado a mi hija a la casa de tu zorra!

—Cuidado con lo que dices de Gwen —la corté malhumorado—. Mi madre no estaba y este no me parece muy buen sitio para tener a una niña. —Señalé alrededor.

—Podías haberte quedado en casa de tu madre.

—Sí. Y tú podrías no haberme quitado el apartamento y yo podría vivir allí —me burlé apático.

—¡Eres un niñato idiota, Peter! —me gritó cabreada de nuevo—. Yo no te lo quité, fue la jueza.

—Sí, y tú, con tu numerito de mujer dolida no la ayudaste a decidir ni nada —cargué mi voz de sarcasmo ponzoñoso.

No subí el tono, pero me levanté para sacar una cerveza de la nevera. Después de pasar el fin de semana en casa de Gwen aquel agujero me parecía aún más horrible que antes. Cambiar de mi apartamento a aquel lugar no había sido tan difícil, salvo porque todo ese sitio cabía en el salón del anterior. Pero la casa de Gwen era un hogar y mi casa, un vertedero.

—Mira, sinceramente, eso pasó hace dos años. Te he dicho que puedes volver con nosotras cuando quieras...

—¿Y Carl? —Me giré hacia ella, alzando ambas cejas. Y tuvo la decencia de sonrojarse un tanto—. Me acusas de haber llevado a la niña a una casa con una madre de otros dos críos, Lory. Pero tú dejas a nuestra hija sola con un desconocido que, por lo que sabemos, puede ser un delincuente.

—Eso no es verdad... ¿Qué sabes tú? Carl es un amigo.

—Que te regala anillos —me burlé—. Mira, sinceramente, me da igual lo que hagas con tu vida. Pero no dejes a la niña sola con ese tío —pedí—. Yo no me he separado de ella en todo el fin de semana. ¿Tú puedes jurarme que ese Carl no se ha quedado a solas con ella en ningún momento?

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora