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Peter

No podía dormir.

Primero había culpado a la luz que entraba desde el paseo marítimo, así que había cerrado las gruesas cortinas del todo.

Después había culpado al calor. Así que encendí el aire acondicionado lo más frío que pude y me quité la camiseta y los pantalones, para quedarme solo con la ropa interior.

Luego culpé a la cama, era demasiado incómoda, la almohada demasiado baja, blanda o algo. Además, los muelles del colchón se clavaban en mi espalda y había un hueco en el centro que parecía atraerme como un agujero negro.

Sin embargo, era capaz de dormir en sitios poco pensados para ello, así que dudaba que ninguna de esas cosas pudiera quitarme el sueño.

Intenté culpar también a la cerveza que me había tomado con mis alumnos, o la preocupación por ellos. Al volver a mi habitación había oído la fiesta que se traían así que entré para asegurarme de que a ninguno iba a darle un coma etílico, ni por saltar por la ventana. Estábamos en un primer piso y solo tenían cervezas, así que me tomé una con ellos, les regañé por beber, les pedí que no lo hicieran y los dejé disfrutar de la última noche de fiesta.

Pero nada de eso me quitaba el sueño, sin duda.

Quizá, la causa de mi insomnio, que me mantenía despierto pese a que debía estar a punto de amanecer, era el duendecillo pelirrojo que me había echado de su habitación.

Llevábamos unos tres o cuatro meses viviendo juntos prácticamente, habíamos dormido en la misma cama las últimas tres noches y era la última allí antes de volver a casa, a la cama compartida con niños que tenían pesadillas y de volver a la responsabilidad. Y, cuando había llamado a su puerta, me había abierto solo una rendija, me había dicho que no se encontraba bien y me había mandado a mi habitación.

Seguramente era verdad que no se encontraba bien, eso no lo negaba, porque la verdad es que había estado descompuesta la mitad del viaje. Parecía que todo lo que comía le sentaba mal. Sin embargo, un par de meses antes había cogido una gripe que la había hecho vomitar tres días seguidos y no me había echado de su cama. Al contrario, tras ocuparme de los niños y acostarlos me había metido en la cama con ella y se había acurrucado contra mí. ¿Cuál era el problema entonces?

Y eso era lo que no me permitía dormir.

—Me cago en la puta —me quejé, dando un puñetazo a la almohada.

¿Y si superIan le había dicho algo y se lo estaba replanteando todo?

«Ahora no, Gwen», supliqué en silencio. Ahora estábamos tan bien... No me había atrevido a decirle lo enamorado que estaba de ella, porque temía que me echase de su vida. Pero me presentó a sus padres, yo le presenté a mi madre, al fin dejó que me quedase en casa cuando Ian fue a recoger a los niños... Incluso la acompañé a recogerlos a casa de los padres de su exmarido una vez. ¿Eso no era afianzar la relación? A mí me lo parecía.

Los «te quiero», no eran tan relevantes, porque estaban implícitos, ¿no? ¿O debía habérselo dicho? Quizá lo esperaba y yo la había cagado. Pero ¿cómo tenía que saber qué decir? Mi pequeña ninfa no venía con un maldito manual de instrucciones. Aunque hubiera pagado lo que fuera por tenerlo.

Me había casado cinco veces y ninguna de ellas había sido tan complicada cómo conseguir pasar una noche más con Gwen. Vivía en una cuerda floja de la que cualquier momento me caería. Pero no esa noche, por favor. Aún quería disfrutar más de aquello.

Aún tenía mucho que darle. Mucho amor que compartir. Quería colmarla de cariño.

Y cuando oí la puerta de la habitación abrirse con suavidad no pude evitar sonreír. ¿Quizá Gwen me estaba echando tanto de menos como yo a ella? Cerré los ojos y fingí dormir. No quería que supiera como de pringado era, esperándola hasta la madrugada como un adolescente enamorado. Porque de adolescente tenía poco. Lo otro hasta las trancas.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now