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Dos meses después

Gwen

—¿No te bañas? —Peter se dejó caer a mi lado en una tumbona, con su bañador de pantalón corto y su pecho expuesto.

Un grupo de alumnas se pararon un poco más allá, a babear y codearse entre ellas. Yo procuré no mirarlas y centrar la vista en el mar y el horizonte.

La verdad es que siempre me había encantado la playa. Aunque no me había gustado igual hacer un viaje de más de seis horas en autobús con un montón de adolescentes alterados y emocionados. Sin embargo, allí estábamos, y teníamos cuatro días por delante de relajarnos y no hacer nada. Un grupo de estudiantes se habían ido con otro profesor a hacer surf. Yo se suponía que vigilaba a los que estaban en la playa, jugando a voleibol y a las cartas un poco más allá. Peter ni idea de lo que debía hacer, pero estaba claro que había pasado de sus obligaciones.

En cualquier caso, yo me alquilé una tumbona y una sombrilla, porque el largo viaje no me sentó del todo bien. Habíamos llegado esa mañana y tras una comida en el hotel y dejar las maletas, los alumnos quisieron salir. Odiaba los autobuses, siempre me mareaba en ellos. Podía viajar en tren, avión o barco y como si nada, pero los malditos buses eran superiores a mí.

—Estoy vigilando alumnos —respondí a Peter—. Y tú deberías, pareces demasiado relajado.

—Hay un socorrista... Seguro que le pagan por vigilar, no como a mí.

—Yo diría que estás aquí para eso. Pero da igual, ya me encargo yo. De todas formas, no quiero bañarme, el viaje en autobús me ha matado un poquito.

—Ya decía yo que estabas muy silenciosa. Y no has comido —me regañó, moviéndose de su tumbona.

La verdad es que pensé que iba a encargarse de lo que debía encargarse: de vigilar alumnos. Pero claro, eso no entraba en los planes de Peter. Tiró de mi mano, haciendo que le mirase horrorizada. Temí sinceramente sus planes, pero se «limitó» a sentarse a mi espalda y hacer que apoyase mi peso en su pecho.

—¿Qué haces? Nos van a ver.

—¿Y qué, Gwen? —resopló un poco—. Se supone que es con los alumnos con los que no podemos enrollarnos. ¿Qué más da lo que piensen unos chavales hormonados?

—¿Por chaval hormonado te refieres a ti? —me metí con él, pero cuando subió las manos a mis hombros para masajearme, no pude quejarme más.

La verdad es que los dos últimos meses habían sido un sueño del que no quería despertar. Temía tener que hacerlo, o que llegase el final del cuento, como me pasó con Ian. Pero Peter parecía tan tranquilo siempre que me contagiaba un poco. Ya dormía todos los días en mi casa, e, incluso, le había puesto como contacto de emergencia en la guardería de los niños. Aunque eso había sido a raíz de un gripazo que me había mantenido en la cama tres días, cosa de mes y medio atrás.

Peter se había encargado de ir a por los niños, darles de comer, cuidarlos y procurar que no me molestasen mientras descansaba. Por primera vez desde que fui madre, tuve una baja de verdad. Porque cuando enfermaba antes, tenía que seguir ocupándome de todo. Ian no había cambiado un solo pañal en la vida, ni mucho menos se había encargado de la colada o la comida. Peter lo dominaba todo a la perfección, pese a su reticencia habitual por hacerlo por iniciativa propia.

Pero no era solo eso, Peter hacía parecer la vida sencilla, sin preocupaciones, sin miedo. Éramos compañeros, más allá del sexo. Nos compensábamos mutuamente nuestras carencias. Descubrimos qué tareas hacía mejor uno o el otro y las repartimos. Yo cocinaba y planchaba y él limpiaba los baños. Además, tenía una facilidad pasmosa para hacer que los niños le obedecieran. Y ellos le adoraban. Y también a Kayla, que formaba parte de nuestra pequeña familia un fin de semana sí y otro no, y además todos los miércoles para cenar. Según Peter, su custodia iba así, pero siempre había pasado de hacerlo. Y Kayla se mostraba muy feliz de poder compartir tiempo con mis niños y con su padre.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now