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Gwen

—Puedes dormir aquí —le dije a Peter, llevándole hasta la habitación de invitados.

La que no usaba Ian por suerte. Más o menos dos meses después de que nacieran los mellizos empecé a pedirle a mi exmarido que convirtiéramos aquello en un cuarto para Nadia o Aidan, que pudieran dormir separados cuando crecieran un poco más, pero seguía siendo un dormitorio más, vacío de objetos personales...

—Ya —me respondió Peter, poco conforme.

—No tengo ropa de tu talla que pueda dejarte para que uses de pijama y no creo que quieras usar nada de Ian tampoco.

—No, no quiero. Nunca uso pijama, en realidad. ¿Cuál dices que es tu dormitorio? Para no equivocarme si voy al baño...

—Ya, al baño —me reí.

Salí agitando la cabeza, pero oí sus pasos muy cerca y supe que no iba a dejarlo pasar. En realidad, tampoco estaba segura de querer que durmiese en la habitación de invitados. Ya había comprobado, dos veces, que estar con él era genial. Pero como dicen que a la tercera va la vencida... Quizá debería dejarle entrar en mi dormitorio.

—Eso es el baño. —Se lo señalé con el tono más inocente que pude poder—. Y mi dormitorio es este. Ya ves, no tiene pérdida.

—Yo creo que sí que la tiene. ¿Puedo ver tu habitación? Siento mucha curiosidad —bromeó—. Además, si vamos a fingir delante de Lorcan y Gabbs que somos algo más... Quizá deba parecerlo. Ya sabes, deberías contarme cuál es tu helado favorito o tu número de pie. Es algo que mi cuñada preguntaría, seguro.

—¿Nos van a hacer un examen? —pregunté, ligeramente preocupada.

Quizá era porque siempre había sido un poco empollona de verdad, pero no me gustaba fallar. Peter cerró la puerta de mi dormitorio con el pie, tras entrar detrás de mí y yo dejé el escucha bebés sobre la mesilla. Habíamos vuelto a acostar a los tres niños juntos. Esa tarde parecían haber hecho unas migas increíbles, así que no había tenido corazón de llevar a Kayla a otra habitación.

—Los niños se llevan muy bien —le dije, girándome hacia él, que se había apoyado en la puerta, cruzado de brazos y me observaba con un gesto obsceno que me hizo sonrojarme.

—Sí, los niños —murmuró, pero supe que no me estaba escuchando del todo.

—¿No tienes sueño? Tu habitación te espera —le provoqué, pero ya sí que no tenía ninguna gana de que se fuera.

—¿Qué tal tu costado?

—Aún me duele —reconocí, con mala cara.

—Puedo mimarte, si quieres —me ofreció, con una sonrisa tan sexi que me eché a temblar.

—Me gustaría.

Sentí que me sonrojaba de nuevo, porque no se movió de dónde estaba y yo me quedé plantada a los pies de la cama, a tres pasos de él. Aún llevaba las mallas y una camiseta vieja de manga corta que me cubría hasta debajo del culo.

—A mí me gustaría ver hasta dónde te llegan las pecas, ¿por qué no me lo enseñas?

Supe que aquello era una especie de jueguecito sexual que, pese a que me humedeció hasta que sospeché que había mojado la ropa (porque seguía sin bragas), no fui capaz de seguir.

—Peter... —Me giré para no verle, porque me moría de vergüenza—. Lo que Ian ha dicho...

No pude acabar, se movió muy rápido y en completo silencio y le tuve pegado a mi espalda en un segundo. Apoyó sus labios en mi oído y su aliento cálido me golpeó con suavidad en cuanto empezó hablar, haciendo que me derritiera como una pobre e incauta vela.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora