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Peter

Kayla se soltó de mis brazos en cuanto la saqué del coche y corrió hacia la casa de mi madre. Pero solo pude fruncir el ceño al ver la puerta cerrada y volví a levantar a la niña en brazos. Mi madre siempre salía al oír el coche. Tuve que sacar mis llaves con cierta dificultad para abrir la puerta.

—¿Y la abuela? —me preguntó Kayla con un pucherito.

—Pues...

Entré con ella y cerré la puerta tras nosotros, sin saber qué decirle. No pude evitar preocuparme de verdad. Mi madre siempre salía a recibirnos. Y tampoco olía a comida ni se oía ningún ruido.

—Espera aquí, Kayla —pedí a la niña, soltándola en el recibidor—. ¿Mamá? —llamé a la mujer, entrando en la casa.

No me respondió nadie. Recorrí el saloncito y acabé en la cocina, dónde, efectivamente, nadie había cocinado ese día. Sin embargo, había una nota pegada a la nevera. Fruncí el ceño antes de arrancarla casi. Y Kayla corrió hasta mí, sorbiendo por la nariz y se abrazó a mi pierna.

—¿Y la abuela? —insistió, tan extrañada como yo por su ausencia.

Yo leí la nota para descubrir que mi madre había decidido irse de fin de semana. Que, a ver, me pareció genial hasta que llegué a la parte en la que explicaba que lo había hecho para que me hiciera cargo de mi hija y madurase un poquito. Por algún motivo me parecieron palabras más propias de mi padre y mi exmujer que de mi madre. Y vi un complot en mi contra que me hizo arrugar la nota con la mandíbula apretada.

—La abuela se ha ido de viaje, cariño —expliqué a la niña, abriendo la nevera en busca de comida.

Pero no había nada preparado ni nada que pudiera hacer rápidamente. Kayla pareció ver lo que pasaba, porque me miró con sus ojos marrones llenos de lágrimas y desesperación.

—Tengo hambre y quiero a la abuela —se quejó, antes de sentarse en el suelo y empezar a llorar a moco tendido.

¿He dicho ya que ser padre no es lo mío? Cerré la nevera frustrado y levanté a la niña, que pataleó y se quejó.

—¿Sabes qué, Kayla? Vamos a ir a buscar algo de comer...

Cedí y decidí ir a casa de mi exmujer. Le devolvería a la niña si hacía falta. No podía llevarla a mi mierda de apartamento, donde, por otro lado, tampoco habría nada de comer apropiado para una cría de tres años...

La niña dejó de patalear un poco y yo la llevé de vuelta al coche, cerrando la puerta de mi madre en el proceso. Estaba cabreado, porque me pareció justo lo que Lory quería. Que volviera corriendo a ella para pedirle ayuda...

Arranqué el coche, no sin cierto esfuerzo y el cabreo aumentó segundo a segundo. ¿Por qué tenía que ceder? ¿Por qué darle lo que quería? Me lo había quitado todo: el maldito coche, la casa, la felicidad... No iba a darle también mi dignidad.

Cambié de dirección en la autopista. Había averiguado sin querer dónde vivía Gwen. De hecho, me lo había dado ella en esos papeles para la excursión. Iban sus datos de contacto, incluida su dirección. Vivía en una casita blanca y perfecta a las afueras. Un hogar soñado para una pareja feliz. Algo que seguramente ninguno de los dos volveríamos a tener.

Y eso me gustaba de Gwen, que parecía tan jodida como yo. Además de lo... ardiente que había resultado ser. Jamás pensé que fuera a seguirme a aquel baño en medio de un museo, con los alumnos rondando por fuera, pero lo había hecho y había superado todas mis expectativas. Joder, quería llevarla a todos los rincones prohibidos del mundo para montármelo con ella.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now