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Peter

Volví a casa de madrugada. Había encontrado un bar oscuro y apestoso, a juego con mi alma, así que había bebido hasta casi el desmayo. Y cuando se negaron a servirme más, me fui tambaleando de vuelta a casa... No, a casa no.

Durante mucho tiempo solo había querido recuperar el apartamento que Lory me había robado. Ahora no me sentía en casa. Echaba de menos el hogar de Gwen. Quizá pude reconocerlo por lo borracho que iba, pero me dejé caer en el sofá y rememoré sin pretenderlo aquel lugar.

En la salita de estar tenía una estantería repleta de figuritas de porcelana de hadas. Hadas y duendecillos, como ella. Y en el sótano tenía una mesa de billar y un espacio amplio y ameno, con una diana. Nos lo habíamos montado en una ocasión sobre el tapiz verde. Había querido hacerle el amor sobre cada esquina de esa maldita casa, porque era nuestro hogar.

Yo me había apropiado del sitio y el sitio de mí. Me encantaba.

También me gustaba la mancha de la moqueta de la escalera, según ella había roto aguas ahí y, pese a que la había limpiado a fondo, la mancha no salió del todo. Pero la miraba con cierto orgullo al pasar, pese a todo, porque era parte de su hogar. Cada pequeño detalle lo era. Gwen conseguía que lo fuese. Todo lo que tocaba se convertía en especial, como ella.

Los cochecitos de Aidan tirados por todas partes o las piezas de lego de Nadia que era imposible no acabar pisando si te descuidabas. O los peluches coloridos. Siempre que nos acurrucábamos en el sofá a ver la tele, acababa sacando tres o cuatro de esos de debajo de mi culo.

O los azulejos blancos moteados de su cocina. Un domingo que los niños estaban aburridos y la lluvia no nos permitía salir, Gwen había aparecido con unos rotuladores lavables que había repartido entre todos, nosotros incluidos, y Kayla que también estaba allí, y habíamos estado jugando a unir puntos para crear dibujos. Por supuesto yo no había perdido la oportunidad de hacerle dibujitos obscenos que la habían hecho sonrojar y escandalizarse.

Debí quedarme dormido mientras rememoraba mis momentos favoritos, como si se tratase de una película mental muy cruel, pero un golpeteó me despertó poco rato después.

Pensé que lo había imaginado, porque aún entraba solo oscuridad y la luz de una farola desde la calle, pero la llamada en la puerta se repitió y me levanté preocupado. Ni siquiera sabía si Lory o Kayla seguían en casa, debían estar, pero no lo había comprobado. Apenas recordaba haber llegado al sofá, la verdad, como para haberme entretenido con nada más...

Abrí despacio, casi temeroso de volver a encontrarme a Gwen al otro lado y acabar llorando como un niño pequeño, porque así me sentía. Solo y desamparado como un bebé al que sus padres ignoran.

Sin embargo, cuando me topé de frente con Lorcan y Gabrielle solo pude parpadear como un idiota. Y pellizcarme la pierna desnuda, para comprobar que no era un sueño. ¿Cuándo me había quedado en ropa interior? Ni me acordaba de haberme quitado nada, pero la borrachera ya había pasado en gran medida y me sentía algo resacoso.

—¿Por qué? —pregunté, incapaz de hilar dos palabras. Me sabía la boca a cenicero y la tenía terriblemente pastosa. Era hora de tomarme una cerveza, supuse, así que volví dentro y los dejé pasar.

—Vístete, por favor —me pidió Lorcan.

Me lo planteé un segundo, le dirigí una sonrisa socarrona y él le tapó los ojos a Gabrielle que se rio un poco. Al final recogí unos vaqueros del suelo y me los puse sin ninguna gana. Luego saqué tres cervezas y volví al sillón.

—No, no, vamos a hablar sobrios —se negó Gabrielle.

Me quitó las latas y las llevó de vuelta a la nevera y luego, como si fuera su casa, se puso a preparar café. Podía haberle dicho que seguía un poco borracho, pero lo dejé pasar.

Cuando decidas madurar - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now