Sin disfraces.

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Irene abrió los ojos, el sol entraba  a través de la persiana, inundando la habitación de una calidez que la abrazaba. Inés todavía dormia, con la cabeza apoyada sobre ella y rodeando con un brazo su cintura. Era una bebé. Recordó el día anterior, los bailes, los chupitos, las risas, las caricias furtivas,las miradas, las muchísimas canciones que se dedicaron , hasta llegar al karaoke. Por un momento tuvo el deseo de levantarse, salir de allí y no enfrentarse a una Inés, que seguramente estaría arrepentida de muchas cosas... si para ella esto había sido un salto al vacío, ¿que pensaría Inés, tan estricta, tan normativa, y tan centrada?. Seguro que ella si salía corriendo. 
Volvió a mirarla, parecía tan tranquila...Irene apartó de nuevo su flequillo, ese mechón que a menudo caía mas de lo debido y le cubría una parte de la cara.
Estaba tan guapa...sería precioso ver esa cara todas las mañanas.
Irene recordó las palabras de Carla, "tienes que saber si es la persona que lo cambiará todo." 
Esa era la sensación que tenía, que aquella increible mujer ya había cambiado todo, y había puesto patas arriba su cabeza y su corazón.

Entonces Inés abrió los ojos... La miró. Tardó un segundo en reaccionar, en recordad donde estaba y porque había llegado allí. De todas las reacciones que a Irene se le habían pasado por la cabeza, esta sin duda fue la única que no contempló. 
Inés volvió a cerrar los ojos, refugió su cabeza en ella y apretó su cintura con el brazo con el que la había rodeado.
- Buenos días... - dijo con un hilo de voz.
- Buenos días... - Irene estaba sorprendida y agradecida de no haber visto a Inés salir corriendo de esa habitación. Volvió a acariciarla.
Inés levanto el brazo y le devolvió la caricia.
- ¿Estamos locas?
- Y desnudas...
Inés abrió un poco mas los ojos, Exacto, seguían desnudas.
- Ven. - Inés cambió un poco su postura, y se puso de lado, indicándole a Irene que hiciese lo mismo. Se abrazaron. Inés acariciaba su espalda, mientras Irene hacía lo mismo con su pelo.
- ¿Tienes miedo? - le preguntó Irene.
- Solo de salir de aquí...de estas sabanas, de tener que coger de nuevo el tren para irme.
Irene tenía el corazón encogido, realmente ¿estaban las dos en el mismo punto? Y si era así, ¿que iban a hacer a partir de ahora?
- Inés...- cogió su cara, y la miro a los ojos. Quiso decir algo con sentido, pero estaba en blanco. Tenía mil dudas. 
Inés vio todas esas incógnitas en su mirada.
- SShhh... no digas nada. Yo también estoy llena de dudas. No quiero romper la magia que todavía me recorre desde los pies a la cabeza. Hoy no. Solo quiero quedarme abrazada a ti un rato más, porque cuando nos levantemos volveremos a una realidad que a cada minuto me parece mas terrible.

Irene la apretó contra su pecho, sus ojos se volvieron vidriosos, estaba tan emocionada que apenas podía contener las lagrimas.
- Dios mio Inés...- volvió a mirarla a los ojos, sujetando su cara entre sus manos, acariciándola, contemplando esos dos agujeros negros, que la estaban volviendo loca. - te quiero, ¿ me oyes?, y quiero que sepas que el día de ayer lleno de disfraces, y de irrealidad, fue lo mas real y verdadero que he sentido en toda mi vida.

Inés la vió desarmada, fue como contemplar su alma sin un cuerpo que la guareciese.
La besó, la besó con pasión. Irene se situó encima de ella, entrelazando sus piernas, rozandose. Acarició su pecho, y lo besó. Levantando de nuevo la vista llegó a su cuello. El cuerpo de Inés se erizó, y como una fuerza imparable  se dió la vuelta y se sentó sobre Irene.  Mordió su cuello, y se dejó caer cada vez más abajo,  sumergida entre las sabanas, y entre sus piernas. 
El cuerpo de Irene se tensaba y destensaba al mismo ritmo que su sexo se encontraba con Inés. Estaba a punto del orgasmo, y aunque no quería llegar sola, no tuvo la fuerza suficiente para apartarla. Solo pudo apretar la almohada entre sollozos, y cuando ya no pudo más, cuando le empezaron a temblar las piernas, Inés se separó de ella, y se sentó sobre su cintura. 
Irene la miraba, estaba ahí desnuda, ante ella, sin una gota de alcohol, sin antifaz, sin armadura.
Se incorporó hasta abrazarla. Puso sus labios sobre los de Inés, que todavía sabían a ella, y la agarró con fuerza por la cadera. Volvió a tumbarse sobre la cama, arrastró su cuerpo un poco más abajo, e impulso a Inés un poco más hacia arriba. Inés se agarró al cabecero de la cama y  a ahorcajadas  sobre la boca de Irene se dejó llevar al éxtasis.

Volcanes dormidos.Where stories live. Discover now