El primer lunes de nuestra vida.

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Inés.

Tras ese fugaz encuentro con Irene, la de ciudadanos se fue a continuar con su día. Con tanto poder como el que sentía cuando estaba con ella, se dirigía hacía su despacho.

Para Inés esto no era solo un trabajo. Lo vivía. Ponía todo su empeño en cada cosa que hacía, por pequeña que fuese. Dedicaba horas y horas de su tiempo a los más mínimos detalles, y se entregaba por completo a sus responsabilidades.
Ahora esas responsabilidades eran diferentes en muchas cosas, y su nuevo cargo le presentaba exigencias, que Inés recibía y abrazaba, con una ilusión desbordante.

Sentía que estaba en el punto álgido de su vida personal y profesional.
Cuando decidió contarle a Albert todo lo que había pasado con Irene, no imaginó que su respuesta fuese darle un ascenso. No sabemos si fue un premio a su valentía, pero sin duda fue un regalo.
Afrontaba este desafío con una vida dentro de ella. Quizá para otra persona no hubiese significado tanto, pero ella siempre había querido ser madre. ¿Otro regalo? ¿Será que la vida nos compensa cuando saltamos al vacío, y nos pone una red bajo los pies?

Secretaría general, y madre. Junto a Irene.
Irene no era solo un regalo, Irene era su vida. No era "algo más" de todo lo que le estaba pasando. Formaba parte de cada poro de su piel, y nada tendría sentido ni fuerza si le faltase esa capa de piel que la arropaba.
Da igual lo que la vida tenga preparado para ella... no lo querría si no es con Irene a su lado.

Irene interrumpía sus pensamientos cada dos minutos para desestabilizarla. Por mucho que quisiera estar al cien por cien enfrascada en su trabajo, no podía evitar que su mente la traicionase con la imagen de Irene, haciendo cualquier cosa banal y sin importancia.

Como ahora. Recostada sobre el sillón de su despacho sonreía al recordar a Irene esa misma mañana saliendo de casa, nerviosa, como si fuese su primer día de colegio.

Un golpe en la puerta la sacó de ese pensamiento.
- ¿Se puede?
Inés reconoció esa voz al instante. Saltó de ese cómodo sillón en dirección a la puerta.
- Pero bueno, porque no me has avisado que venías!!! - Inés abrazó a Albert. - Ven anda! ¿Quieres beber algo?
- No, tranquila! La verdad es que voy con bastante prisa, pero tenía que pasar a ver como estaba mi chica favorita.

Se sentaron en su mesa. Inés no podía dejar de sonreir. Sonreía todo el rato, como si hubiesen lanzado un hechizo que le hiciese mantener esa cara todo el día.
- Ay Albert... estoy tan bien. - suspiró, y estiró su mano para coger la de él. - No sabía que se podía ser tan feliz. Tengo algo muy importante que contarte, pero no quería hacerlo por teléfono, y como ha sido todo tan..- volvió a suspirar. Sentía esa sensación de querer decirlo todo de golpe, y te acabas tropezando con tus propias palabras.
Albert la frenó un momento.
- Inés. - dejó un momento de silencio. -me encanta verte así. No corras porque no pienso moverme hasta que me lo cuentes todo.

La de ciudadanos tomó aire, sin cambiar esa mueca de felicidad.
- Albert, estoy esperando un bebé. - La palabra bebé la pronunció con ese último hilo de voz que aparece antes de emocionarte.
Albert se levantó para abrazarla. Toda esa gran mujer que era ella, en sus brazos era de repente tan pequeñita.
- Me alegro tanto. De verdad, me alegro tanto! Tienes que contárselo a Mel, y lo sabés!
Albert reía emocionado, mientras abrazaba a su chica favorita, como él mismo decía. - Y ¿Que ha dicho Irene de todo esto?
- Irene es maravillosa Albert. No dice, ni hace nada, que no sea quererme, cuidarme... Es que yo - volvió a sentir un nudo de emoción que hacía que hablar se convirtiese en una tarea difícil. - Yo no había sido tan feliz, nunca. Nunca.
Volvieron a abrazarse.

- Pues mira, entre otras cosas, a parte de verte y saber como había sido la vuelta al trabajo, venía a comentarte, y ahora sabiendo que además estás embarazada, que... creo que puede venirte muy bien tener un ayudante!
Arrimadas lo miró con sorpresa. ¿Un ayudante para que?
Rivera volvió a sentarse en la silla, con pose de trabajo.
- Verás Inés, ahora que eres secretaría general, vamos a tener que hacer algunas cosas extras. Desde sesiones de fotos, reuniones con otros directivos, estrategias de campaña...Un ayudante, te ayudará a que no tengas que llevar todo el peso tu sola, será tu agenda personal. Y tengo a la chica perfecta!
- Así que ya la has elegido y todo, no?
- Bueno, mañana vendrá a que le hagas una última entrevista, no haría nada sin tu consentimiento. Me llegó su recomendación a través de unos conocidos, Al parecer antes trabajaba para una gran empresa, pero necesitaba cambiar de aires. Dale una oportunidad.

Inés sopeso la idea de tener a alguien que le ayudase.
- Está bien, me reuniré mañana con ella. Espero que sea tan buena como dices. Porque no pienso tener ninguna piedad.
- Das mucho miedo. - Albert sonreia agradecido de no tener que lidiar con esa fiera.- En fin, me marcho ya, que tengo otras cientos cosas que hacer.
Albert le dio dos besos, y una pequeña caricia en la barriga para despedirse del bebé.
- Adiós pequeño Albert!
- Pero mira que eres idiota! no voy a llamar a mi hijo Albert, lo siento, pero no! tengo suficiente con uno en mi vida!
- Ya veremos ya!
Volvieron a abrazarse y se marchó.

....

- Hola Irene cariño, que ganas tenía de volver a casa.
Inés acababa de llegar, y se sentó rendida en el sofá.
- Necesito una reanimación cardiopulmonar...
Irene caminó hacía ella. Desde la cocina salia un olor maravilloso a cena romántica, y lucía un mandil último modelo, que dejaba entrever que no había nada más debajo. Se sentó sobre sus piernas con una copa de vino, sorbió un poco de ese elixir blanco y sin terminar de tragar lo acercó a sus labios.
- ¿Te gusta?
- Me encanta - Se incorporó un poco, y acariciando la espalda desnuda de Irene, mordió su labio inferior que todavía sabía a vino. - Si llego a saber que me esperaba esta sorpresa, hubiese venido hace cinco horas.

Irene sonrió, tomo otro poco de vino y volvió a besarla. Con la mano que le quedaba libre, la tomó de la nuca para dirigirla a sus pezones, que Inés mordió y besó con suavidad, sin posibilidad de resistirse.
Irene hablaba en susurros, haciendo pequeñas pausas de placer, y dejando escapar sollozos que sonaban como música en los oídos de Inés..

- Llevo todo el día esperando este momento....Que volvieses a casa, tan perfecta como esta mañana te habías marchado... - tomó otro sorbo de la copa, y dejó resbalar sobre su escote algunas gotas, que caían directas a los labios de Inés.- Y yo estaría aquí, para recibirte como mereces.
Dejó la copa sobre la mesa y su mano recorrió de forma ágil el camino que tanto conocía. Inés la esperaba húmeda y perfecta. Le acarició a la misma frecuencia que unos minutos antes se había masturbado, sin poder contener la locura que crecía en su interior cuando se trataba de Inés, quién ahora arqueada contra el sofá llegaba al más alto y puro éxtasis.

- Algo he debido hacer bien hoy, para merecer esto. - Apoyada y exhausta contra el pecho de Irene, se dejó cuidar, recibiendo caricias incansables.
- Después de tantos días sin separarnos, hoy no podía dejar de pensar en ti. Ni un solo segundo. Al final de la tarde llevaba tantas horas echando de menos tu cuerpo, que mi mente volaba hasta ti sin poder convencerla de que reculase y volviese al trabajo.

La separó de su pecho para encontrar sus labios de nuevo, y frente a frente le confesó su pecado.
La noble y siempre dulce Inés, contuvo un primer impulso de épico escándalo al enterarse. Pero Irene la miraba divertida, y gamberra. Inés no podía fingir espanto, ante algo que de forma morbosa sacudía ahora sus pensamientos.

- Te voy a decir algo Irene Montero. Vamos a ir a cenar, porque me estoy muriendo de hambre y huele que alimenta. Después de eso voy a llevarte a la ducha, a terminar de beberme el vino de tu escote. Y después, nos iremos a la cama, donde voy a follarte tanto y tan fuerte, que cuando recuerdes el primer lunes de nuestra vida juntas, haberte masturbado sea lo mas aburrido que has hecho.

Volcanes dormidos.Where stories live. Discover now