Domingo.

832 28 6
                                    




Irene abrió los ojos cegada por los rayos de sol, y volviéndolos a cerrar con urgencia se hundió bajo las sabanas. Que dolor de cabeza. La tarde anterior, se sucedió en su mente en pequeñas y borrosas imágenes, risas, chupitos, confesiones... sobre todo chupitos. "Quién me manda a mi caer en estos juegos!"

Entonces, una sonrisa inundo su cara, la imagen que prevalecía por encima de todas las demás, era la de Inés, sentada en esa silla, acariciando su mano, soltando todo el aire en bocanadas de felicidad, riendo en familia, "en familia" que bien sonaba eso.

Sintió ganas de pellizcarse. No estaba saliendo tan mal. Hagamos un recuento. Lo sabían Pablo, Albert, Melisa, su madre, Carla y la familia de Inés. Es cierto no era demasiada gente, y también era cierto que eran los mas cercanos. Pero también eran algunos de los más importantes.

Había dos cosas que le preocupaban en exceso. Una era Xavi. Su hijo iba a criarse con una comunista, ¿hasta donde llegaría para evitarlo? Y si intentaba reconquistar a Inés?
Se esforzó por dejar esa idea fuera de su mente.
La otra cosa que le preocupaba, era que pasaría después. Todo había sido tan rápido que no habíamos hablado del trabajo, de como llevarlo, de cuanto tiempo ocultarlo. Albert apoyaba a Inés sin condiciones, y muestra de ello era el puesto de Inés en su partido, para poder estar cerca de ella.
Pero ¿y el resto de compañeros? No solo en ciudadanos saltaría una alarma inquietante, en Unidas Podemos gran parte del partido repudiaba a gente como Inés.
"No la conocen" se decía para si.

En ese momento, Inés comenzó a quitarle de encima la sabana que la resguardaba del sol.
- ¿Como está mi niña dormilona?
Irene ya no quería cerrar los ojos, daba igual el dolor de cabeza. Pero que guapa que estaba.
La atrajo hacía ella para que se uniese a la fiesta de pijamas.
Inés apoyada en uno de sus brazos y con el otro acariciando su pelo, la miraba embobada, sin poder evitar sonreír.
- ¿Que pasa? Porque me miras así. - Irene se sonrojó, ante la atenta mirada de Inés, aún no se acostumbraba a esos ojos tan llenos de ternura.
- Pasa, que no se como tengo tanta suerte...
Irene adoptó la misma posición, y recostada sobre su brazo, se situó enfrente de Inés, arrimando su cuerpo y entrelazando sus piernas, besó profunda y suavemente sus labios.
- Creo que soy yo la que tiene suerte... Fíjate, debe ser tardisimo y aquí estoy, tirada en la cama, con resaca, como una adolescente, mientras esta pedazo de mujer que  me ha dado la vida, cuida de mis hijos...
Inés se mordía el labio, y asentía, la verdad es que era un partidazo.
- Pues no puedo quitarte la razón, que por cierto, no quiero preocuparte, pero es que tus hijos no te echan nada de menos...
Irene le golpeó el hombro - Oye! eso no me lo digas! - Hizo un puchero que llegó hasta lo más profundo del corazón de la de ciudadanos.
- No puedo resistirme a esa cara! No juegues conmigo de esas formas, ni se te ocurra! tus hijos y yo te echamos mucho de menos, y por eso te hemos preparado un pequeño desayuno... pero si no vienes nos lo vamos a tener que comer nosotros!
Irene se incorporó en la cama, con la velocidad de un soldado. - Ah no! por ahí no paso! tengo muchisima hambre!

Camino del salón y antes de poder desaparecer de la habitación, la mano de Inés la agarró del brazo y tiro fuerte.
La besó de forma irrefrenable.
- Nadie ha dicho que el desayuno sea gratis.
Irene la miró divertida. Se moría por pagar el precio de ese desayuno, y le devolvió el beso, buscando con prisa su lengua, mordiendo sus deliciosos labios, acariciando la espalda erizada de Inés, y disfrutando de su contacto. No había nada tan intenso como lo que sentía cuando la besaba, cuando la tocaba, cuando la sentía.

Inés agarraba su pelo por detrás de la nuca, cada vez mas desatada, jadeando, con la respiración entrecortada. Sentía como las manos de Irene rozaban todo su cuerpo, y todos sus sentidos se disparaban. Cuando esto ocurría, el despertar de su vello corporal, se transformaba en una experiencia extrasensorial. Podía sentir el corazón golpeando fuertemente sus paredes, como un caballo desbocado, y después lo sentía bajar, hasta que cada palpitación solo podía sentirse en lo más intimo de su cuerpo.

Volcanes dormidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora