Capítulo 31 🦋

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Luca

Mi nueva oficina estaba impecable. El viejo ático era una habitación enorme, mucho más grande de lo que mi padre podría tener. Las ventanas me enseñaban una inmensa vista de la entrada y el armario conducía a un cuarto de armas. Laika se sentó en el sofá con su muñeco favorito y levantó las orejas. También le gustaba estar aquí.

Los muebles eran de madera bien pulida, una mezcla de modernidad y antigüedad. Las obras de arte destacaban en las paredes con un reloj evaluado en miles de euros. Mi padre estaba en la obligación de cederme su oficina, pero no aceptaría nada que viniera de él. Ya se sentía lo suficientemente humillado desde que mi abuelo decidió que yo fuera el Don. Su ego estaba herido porque un hombre de veintitrés años heredó todo lo que soñaba. Hoy era un ser inferior a mí en muchos aspectos.

Abrí el cajón del escritorio y chequeé los papeles más importantes. Tenía muchos planes que llevar a cabo. La primera misión era trasladar a las chicas del prostíbulo a un lugar más seguro, fusilar a los hombres que no cumplían mis órdenes y gestionar las nuevas reglas.

Solo quería cerca de mí a quiénes eran leales.

El resto estaría muerto.

Justo como Carlo Rizzo.

Me serví un vaso de whisky con cubos de hielo cuando la puerta de mi oficina chocó bruscamente contra la pared y entró mi padre en un estado lamentable. Sus ojos rojos estaban irritados por el alcohol, su boca torcida en una mueca de repulsión. La vida daba tantas vueltas. Afirmó que yo terminaría hundido por culpa de las drogas, pero quién estaba perdido era él. Necesitaba beber para superar que su difunto padre lo consideraba un incompetente perdedor. Qué lástima.

—Siempre fuiste un tonto e ingenuo—escupió—. No comprendo porque tu abuelo permitió que ocuparas su lugar, no tiene sentido cuando yo lo acompañé en el negocio desde que nací.

Moví el vaso entre mis dedos y bebí un trago. ¿Otra vez con lo mismo? Laika le gruñó desde el sofá en una clara advertencia que él ignoró.

—Estás ebrio, padre. Regresa a tu habitación y vuelve cuando seas capaz de mantenerte de pie.

—¿Cómo te atreves a ordenarme? —espetó —. ¿Cómo puedes echar a perder años de trabajo? Estás poniendo en vergüenza nuestro apellido, Carlo me contó la mierda que le hiciste. ¿Quién te crees que eres?

Aquí estaba su principal desagrado del día. Puse en ridículo a su amigo de toda la vida y obviamente le molestaba como cualquier cosa que se trataba de mí. No le interesaba si me insultaban o agredían. No movería ni un dedo por mí. Nunca.

—Ya no aceptaré ninguna falta de respeto, padre. Ni siquiera de ti.

Sus fosas nasales se dilataron y apretó los dientes. Se tambaleó un segundo, pero recobró el equilibro. Laika volvió a gruñirle con espumas en la boca, enseñándole sus colmillos. Una palabra mía bastaría para que atacara.

—Eres un maldito marica. ¿Cómo pretendes que te respeten? —Se movió más cerca, su aliento rancio golpeó mi cara —. Todos en la Cosa Nostra saben que eres un chiste de mal gusto, un poco hombre que no tiene las bolas suficientes para asumir el cargo.

Resistí la necesidad de rodar los ojos. Se estaba poniendo aburrido escuchar los mismos insultos. ¿Poco hombre? ¿Lo era porque no estaba de acuerdo en agredir inocentes? ¿Violar mujeres o traficar niñas? ¿Eso me hacía menos que él?

—Te estás avergonzado a ti mismo —dije con calma—. Vete o no detendré a Laika de hacerte pedazos.

Se mofó, su cara llena de burla.

Belleza Oscura [En Librerías]Where stories live. Discover now