Capitulo 1

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Alguna vez alguien creyó en segundas oportunidades, las segundas oportunidades nunca son gratis, siempre van acompañadas de un costo, un precio que hay que pagar

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Alguna vez alguien creyó en segundas oportunidades, las segundas oportunidades nunca son gratis, siempre van acompañadas de un costo, un precio que hay que pagar. Mi lema es que la primera es una muestra gratis, la segunda es la que cuesta un sacrificio. 

Creí que al mudarme a estas tierras era mi segunda oportunidad y el precio a pagar era la soledad. En su momento no me pareció un precio alto, la tranquilidad, el silencio, la paz, era un antídoto para mí envenenada mente. Pero con el tiempo...el silencio se convirtió en la montaña de ropa a las tres de la mañana qué te observa desde la esquina de tu habitación mientras duermes, sabes que no es más que eso, ropa, pero tú mente es perversa, es sádica y le gusta hacerte creer cosas que no son para inculcarte miedo. El silencio funcionaba de la misma forma, primero te confías, bajas tus defensas y cuando estás en el medio de lo que creías confort, se agazapa, te acecha, te aterroriza, uno piensa que va atacar en cualquier momento pero no, nunca sucede y eso, eso era peor, pero cuando aceptas que solo está ahí y nunca te atacará, pierdes el miedo, eso y además que era mi precio a pagar por todo lo que había pasado.

Soledad, eso es lo que hay en estas cuatro paredes. Salir, correr, ordenar, es lo único que hago. Una rutina, monótona. Simple y aburrida. Salir una vez a la semana, ir a la ciudad y comparar la comida, correr por los límites de mis dominios y ordenar. No me quejaba, o bueno tal vez sí, el precio que estaba pagando era sofocante. 

La pantalla de la laptop me mostró los valores de la bolsa de mercado, todo se encontraba en orden. El café de aquella tarde me sabía amargo y no había azúcar que le pusiera para que el sabor se endulzara. Un relámpago iluminó toda la sala del segundo piso, observé el paisaje, boscoso y tupido a través de los ventanales que iban del techo al suelo. En aquella vista no había rastro de ciudad, ni del ajetreo que ésta trae, no se escuchaban bocinas, ni gente apurada hablando por teléfono celular, solo el verde de la naturaleza, pinos, que en invierno se volvían blancos y en verano se llenaban de pájaros. 

Cuando llegué a esta casa buscaba paz y silencio, en algún momento, la soledad se había instalado junto con el insomnio ocasional sobre mí almohada. La tormenta se avecinaba y nada me apetecía más que salir a tomar aire, sacarme el olor a encierro que estaba enterrado en mis fosas nasales.

Tomé la chaqueta antes de salir y me la fui colocando mientras bajaba las escaleras. La casa empezaba en el segundo piso, dónde estaba la sala, el comedor y la cocina, también un pequeño rincón que funcionaba casi como oficina, en el tercero era el piso de las habitaciones, solo dos, con un baño cada una. Mientras que el primer piso, funcionaba de cochera y un recibidor dónde una visita podía estar sin llegar a entrar en mi casa. Lleno de columnas, piso esmaltado, ventanales de vidrio blindado que daban una perfecta vista y por último, una escalera de interior que daba a la puerta del segundo piso, si bien era una casa de máxima seguridad, no dejaba de tener su toque moderno, tecnológico y de casa del bosque.

Abrí la última puerta, el viento fresco me tiró el pelo para atrás descubriendo mi frente. Algo comenzaba a gestarse en mí, una especie de adrenalina, sin más caminé adentrándome por el camino que conducía al muro que rodeaba el perímetro, alto y de concreto. En su momento lo idealice como límite para el mundo, ahora era mi propio límite, era un "hasta aquí puedes llegar".

Bajo Llave | Jeon JungkookWhere stories live. Discover now