Capítulo treinta y uno

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Cuarente-Narciso día 1

—En Laboureche nos tomamos muy en serio las jerarquías —me informó Claudine, andando a mi lado, como si me considerara digna de ello.

Avanzar por un pasillo nunca me había resultado tan maravilloso. Estaba junto a mi nueva jefa, la que había sido mi ídola durante tantos años, en el lugar del que siempre había querido formar parte, y, desde luego, no había nada mejor que aquello. Iba a estallar de felicidad, ahora que era consciente de lo que estaba ocurriéndome, tan único como indescriptible.

A esas horas de la tarde ya prácticamente no quedaba nadie en el sótano de Laboureche, aunque las reuniones semanales de los Selectos no entendían de horarios laborales.

Las luces de prácticamente todo el edificio estaban apagadas y las del sótano no eran una excepción, aunque allí, al fondo del pasillo, donde se encontraba el taller más importante de todo París, la sala más iluminada de la calle era lo único que llamaba mi atención.

Ni en mis mejores sueños me había imaginado entrando como una Selecta  en aquel lugar, mucho menos acompañada de Claudine, ofreciéndome lecciones de jerarquía en la moda como si yo no supiera nada de aquella empresa.

—Sé que nosotros, los Selectos, estamos en la cima de la pirámide y que somos quienes tomamos las decisiones. Los diseñadores tan solo copian y reproducen nuestros bocetos y las costureras las que los ejecutan, para que los bordadores rematen el trabajo con ayuda de los becarios o también conocidos como estudiantes de moda con suerte —dije, sonriendo de oreja a oreja.

Claudine levantó una ceja.

—Suelo ser yo la que da las clases —murmuró, aunque parecía satisfecha con mis conocimientos.

Me coloqué los mechones más cercanos a mi rostro detrás de las orejas, lista para hacer mi entrada triunfal, aunque no vestida para matar. Eso lo había dejado claro a Claudine nada más verme llegar.

No tenía todavía la seguridad de vestir mis propios diseños y mucho menos de andar con tacones por la ciudad, teniendo en cuenta mi torpeza y mis pocas ganas de llamar la atención, aunque sí tenía algo claro: mi estilo simple, el que nunca me había hecho destacar, estaba evidentemente vetado en aquel lugar.

Tal vez era la señal que siempre había necesitado para enfundarme en unos pantalones de cuero, aunque me avergonzara tanto como para ni siquiera haberles sacado la etiqueta. Tenía estilo interior y gusto para la ropa, lo único que me faltaba de verdad era arrancarme el miedo de una maldita vez y, gracias a Laboureche, estaba segura de que iba a hacerlo. O tal vez no.

Claudine abrió ambas puertas de cristal, entrando como la verdadera diva que era a su amada sala de Selectos, sin descubrirme todavía, siendo aclamada por todos los que allí se encontraban, esperando a su señal para dejar de vitorear. Parecían la mejor familia del universo y, por casualidades de la vida, yo acababa de entrar a formar parte de ella.

—Oh, Narcisse, no esperaba verte aquí —soltó Claudine, provocando que un cubo de agua fría cayera sobre mí, matándome la ilusión en seis palabras.

Me asomé por encima de su hombro para descubrir al dueño de la empresa allí sentado, en el lugar que correspondía a Claudine, jugueteando con el bajo de aquella maldita corbata, con el gesto serio aunque estuviera evidentemente divertido por toda aquella situación.

—Señorita Tailler, qué bien que haya llegado al fin. Ya podemos empezar con esta maravillosa reunión ahora que nos honra con su presencia —dijo, levantándose para clavar su mirada en mí, aunque siguiera parcialmente oculta por Claudine.

Suspiré. Jamás iba a dejarme en paz, ¿verdad?

—¡Por el amor de Dios, Narciso! Estaba a punto de presentar formalmente a Marie Agathe, no puedes interrumpir a los Selectos porque a ti te dé la gana —le riñó la anciana, avanzando hacia él no en muy buenas condiciones.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now