Capítulo treinta y nueve

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Cuarente-Narciso día 9

Mi madre estaba sentada con las piernas cruzadas en el sofá grisáceo que ocupaba la mayor parte del salón de Bastien, justo al lado de un hombre que era exactamente igual que él.

—Marie Agathe, querida —me saludó, sonriente, como su yo no estuviera al corriente de lo que había estado haciendo toda la mañana.

—Mamá —respondí, atravesando la puerta justo después de mi vecino, evidentemente molesta.

Louis Auguste se levantó de su lado, masajeándose las sienes como si intentara aliviar el dolor de cabeza.

—Esto es una pesadilla. Nunca vuelvas a dejarme a solas con esta loca, Bast —gruñó, evidentemente enfadado.

Dejé delicadamente la bolsa negra sobre el sofá y me dirigí hacia donde estaba sentada mi madre, quien estaba incluso más cómoda que en mi casa.

—¿Se puede saber qué narices has hecho? —gruñí entre dientes, sentándome a su lado.

Bastien se apoyó en la mesa del comedor, a una distancia prudente aunque no suficiente como para no ver el odio reflejado en mi rostro.

—¿No querías llamar la atención? Pues ya lo he hecho yo por ti. Te he arreglado la vida, te van a pagar un montón de exclusivas solo por declarar que sales con ese hombre y además cumples tu sueño —me dijo, dándome una palmada en el hombro.

Hice un movimiento para zafarme de ella y me aparté un poco, contrariada. No iba a permitir que me tratase de aquella forma, ni en presencia de Bastien, ni de su hermano gemelo, ni de nadie. Era mi madre, no la representante de algún buscafama.

—Mi sueño era trabajar en Laboureche, no que me confundieran con la concubina de su dueño, mamá, no sé si notas la diferencia.

Ella se echó a reír, como si tuviera algo de gracioso.

—Solo quería ayudarte a ganar reconocimiento, aunque ya veo por qué no quieres que te relacionen con ese hombre...

Abrí mucho lis ojos cuando se giró hacia Bastien, sonriéndole con complicidad. No me lo podía creer.

Él, divertido, levantó las cejas, antes de mirarme a mí para comprobar mi reacción.

—Bastien es mi vecino. Y la persona que me ayudó a entrar en Laboureche —aseguré, viendo cómo todo el rastro de felicidad que había en el rostro de Bastien se esfumaba de repente, como si le hubiera molestado que le hubiera contado la verdad.

—Y el copropietario de la empresa rival para la que trabaja su hija, señora —dijo alzando la voz Auguste, como si mi madre, a sus cincuenta y tres años, fuera sorda.

Me enderecé. La verdad era que estaba muy incómoda y no tan solo porque tuviera que explicarle mi vida a aquella mujer con la que yo no mantenía ningún tipo de relación, sino porque tenía que hacerlo también delante de mi vecino y su hermano allí presente, sin intervenir prácticamente para nada en nuestra discusión.

—¿Rival? ¡Pero si eso da más emoción al tema! Como la historia de amor entre un soldado nazi y una judía encarcelada, venden más los bandos opuestos que...

—¡Mamá, por Dios! Déjalo y vámonos a mi casa a terminar con esta discusión. No puedo soportarte ni un minuto más.

Ella volvió a reírse, dirigiéndose de nuevo hacia Bastien.

—¿Me interrumpes porque no quieres que tu novio sepa lo que sientes por él?

Mi vecino se levantó, mucho más afectado que yo, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, realmente en tensión. Tenía la ligera sensación de que iba a agarrar a mi madre por el pescuezo e iba a lanzarla por la ventana sin ningún tipo de remordimiento.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now