Capítulo treinta y tres

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Cuarente-Narciso día 3

Louis Auguste Dumont era, probablemente, el segundo hombre más rico de Francia y, sin embargo, no lo aparentaba.

Cuando me senté en el sofá que había junto al gran ventanal del salón de Bastien, quien, para variar, mostraba su torso desnudo gracias a su camisa desapbrochada, Louis Auguste hizo lo mismo, apoyando la cabeza en el respaldo y cruzando las piernas antes de dirigirse hacia mí, curioso, aunque no en el buen sentido.

Era prácticamente igual que Bastien, con sus ojos azules grandes y llamativos, su firme mandíbula y sus hombros anchos y masculinos y, por lo visto, su timbre de voz era prácticamente idéntico, aunque tal vez el de Louis Auguste fuera ligeramente más grave, aunque nada que un pequeño resfriado no pudiera solucionar.

—Yo nací un día antes que él —dijo Bastien, pegándole una palmada en el muslo a su hermano—. En verdad, siete minutos antes, pero también un día entero. Soy el mayor.

—¿Puedes parar de contarle esas cosas a la gente, por favor? —pidió Louis Auguste, sin mirarme siquiera.

Bastien negó con la cabeza, divertido, a la vez que su gemelo hacía rodar sus ojos azules, evidentemente aburrido.

Mi vecino ocupó el último sitio libre del sofá, dedicándome una radiante sonrisa, como si yo hubiera ido a hacer amigos y no a saltar por el balcón.

Sin embargo, no pude evitar pensar en lo irreal que resultaba aquella situación, viendo al hombre más atractivo del universo y a alguien exactamente igual que él sentados en el mismo metro cuadrado que yo. ¿Desde cuándo la naturaleza era tan bondadosa con algunos?

—Es un placer conocerte, soy una gran admiradora de tu trabajo desde hace un par de años. Parte de mi tesis final fue dedicada a tu empresa, de hecho —le dije al gemelo, quien me dirigió una fría mirada de reojo.

—Pero prefieres acostarte con Narcisse Laboureche y trabajar para él en lugar de para mi empresa... Curioso —murmuró, como si nada.

Levanté las cejas con sorpresa por la repentina acusación.

—¡Gus! —gruñó su hermano, alarmado.

El aludido sonrió ligeramente antes de darse un impulso para levantarse del sofá y acercarse a la mesa de café que había frente al televisor, cubierta de papeles.

—¿Qué acaba de decir? —le pregunté a Bastien, esperando a haber oído mal lo que había dicho su hermano.

—Que eres la primera y la única persona a la que se le relaciona con el hombre más rico de Europa —soltó Louis Auguste, lanzándome un periódico extranjero sobre el regazo.

No tardé prácticamente nada en leer en artículo que había en la portada, con el corazón acelerado y agarrando las hojas con las manos temblorosas.

—Aggie, déjalo, la prensa es peor que mi hermano —murmuró Bastien, arrancándome el periódico de entre los dedos.

«Agathe Tailler, la nueva y séptima Selecta de Laboureche, podría haber conseguido el puesto pagando con favores sexuales al dueño de la empresa, Narcisse Laboureche».

—Tiene derecho a leer lo que dicen de ella, Bast —le reprendió su hermano.

Me froté las manos en los muslos antes de levantarme, incómoda, apretando los labios.

—No tendría que estar aquí —confesé, cruzándome de brazos, decidida a irme y encontrar otra forma de evitar el aluvión de periodistas que me esperaban dispuestos a sacarme hasta el último detalle de una relación que no existía y jamás iba a existir.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now