Capítulo ochenta y ocho

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Estaba harta de él, de sus mentiras y de su maldito orgullo, que siempre me llevaban a actuar como alguien que yo no era ni quería ser.

Agarré mi preciado cuaderno y lo metí en el bolso ante la atenta mirada de los Selectos y de Claudine, quien había mantenido la boca cerrada desde que había entrado de nuevo en el taller.

Jon no estaba allí, aunque tampoco le hacía falta, porque él era el dueño de todo aquello y el hecho de ir a trabajar no debía de ser absolutamente necesario para él.

¿En qué momento todo se había descontrolado? El trabajo de mis sueños se había convertido en mi pesadilla personal y parecía que aquello tan solo acababa de comenzar, pero yo ya no podía más.

Me colgué el bolso del hombro, dejando la mesa completamente limpia y libre de todas mis cosas y, echando una última mirada a los atónitos de los que habían sido mis compañeros, me despedí.

—Narciso se encargará de contaros lo que ha ocurrido —anuncié, viendo cómo Claudine se apartaba, por primera vez, con la boca cerrada.

Me dirigí a la salida completamente segura de lo que estaba haciendo. Entendía a la perfección la gravedad de estar abandonando mi puesto de trabajo, aquel que me había costado tanto conseguir, pero iba a ser muchísimo más humillante si el que me sacara de allí fuera Narciso, con su soberbia mirada de superioridad, como si pudiera controlarlo todo y a todos, a mí incluida.

Había tardado demasiado en darme cuenta de que no era yo la que no estaba a la altura de Laboureche, sino que era la propia empresa que jamás lo había estado a la mía.

Llevaba tres meses sobreviviendo entre mentiras, volviéndome loca con cada nueva información que se me ponía delante y provocando que alguien como yo, tímida e inocente, se viera corrompida por los deseos del hombre poderoso que había fingido ser Narciso Laboureche.

Apreté el botón del ascensor repetidas veces, como si aquello fuera a ayudar a que las puertas se abrieran más rápidamente y, aparentemente, lo conseguí.

No podía permitirme estar allí ni un segundo más. Mi mayor sueño, mi deseo más profundo, se había visto estancado por haberme visto involucrada en la vida personal de mi jefe —del que ahora sabía que ni siquiera debería serlo, pues el heredero era su hermano— y en su profunda enemistad con sus rivales más cercanos y aquello no me había beneficiado, en absoluto.

Ya no llevaba ningún amuleto sobre el cuerpo, tampoco lanzaba sal por encima de mi hombro cada vez que estaba por salir de mi casa y tampoco rezaba a absolutamente nadie para sentirme protegida, porque era imposible.

Creía que Laboureche iba a ser mi paraíso personal, pero había logrado convertirse en un horrible infierno de emociones del que estaba a punto de huir.

—Agathe, espera, creo que nos hemos precipitado —dijo él cuando las puertas del ascensor se abrieron, como si llevara tiempo esperándome allí.

Probablemente lo hacía.

—He dicho todo lo que tenía que decir, Narciso —siseé, esquivándolo para avanzar por el ajetreado vestíbulo del edificio.

Él no se dio por vencido, pues rápidamente volvía a tenerlo a mi lado, avanzando con mayor rapidez que yo, ya que sus piernas eran muchísimo más largas y él no cargaba con todo su puesto de trabajo a cuestas.

—Pero no puede terminar todo así, he hablado tan impulsivamente que...

—¿Que qué? Has tomado la decisión correcta al intentar despedirme y sé que llevabas muchísimo tiempo intentándolo —le recordé, sin mirarle ni detenerme.

Querido jefe NarcisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora