Capítulo cincuenta y nueve

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Cuarente-Narciso día 27

—Pase, señorita Tailler —anunció mi jefe, detrás de la puerta, sin ni siquiera saber si era yo la que había tocado.

Me coloqué los mechones que habían caído sobre mi rostro detrás de las orejas, sin saber muy bien por qué necesitaba que estuviera allí un sábado por la mañana, a parte de por darme la mayor reprimenda de mi vida por el espectáculo que había creado el beso que Louis Auguste Dumont, dueño de la empresa rival, me había robado la noche anterior.

En pocas horas, Graham Gallagher se había convertido en el periodista más propenso a ganar el premio a la fotografía del año por la portada de su revista Modern Couture, probablemente la imagen más preciosa en la que jamás había salido, aunque, por desgracia, pegada a Guste Dumont.

—Buenos días —dije, tajante, abriendo la puerta con cautela, asustada por lo que podría encontrarme en aquella pequeña habitación.

Un par de focos circulares me apuntaban directamente, deslumbrándome al principio, evitando así que pudiera inspeccionar en los primeros segundos aquel lugar.

—Venga, entra, Agathe, desde allí no alcanzamos a verte —dijo la inconfundible voz de Graham, sin intentar ocultar su fuerte acento escocés.

Cuando me acostumbré al exceso de luz, comprobé que, efectivamente, Narcisse no era el único que se encontraba en aquel despacho.

Había tres hombres repartidos por la habitación con sus cámaras colgadas por una cinta del cuello, esperando poder capturar alguna fotografía que superase la anterior.

Un cuarto desconocido, tras la imponente silla en la que estaba sentado Narcisse, sostenía un gigantesco micrófono en el aire, entre mi jefe y yo, dispuesto a que hablara para que mi voz sonara nítida y no pobre y temblorosa, como tenía previsto usarla para rogar por mi puesto de trabajo.

Pero, claro, yo no dije nada.

Graham, con su inseparable libreta entre las manos, estaba apoyado en una de las esquinas del despacho, observando la reacción de Narcisse, quien hacía girar un bolígrafo plateado entre sus largos dedos, mirándome con la cabeza ladeada y media sonrisa que la cámara más cercana a él acababa de capturar.

—Señorita Tailler, me honra con su presencia —dijo, sarcástico, mi jefe, ignorando todo lo que ocurría a su alrededor.

No pude evitar mirar a Graham, sin comprender qué se suponía que era aquello a lo que me acababa de aventurar. Él tan solo asintió con la cabeza, como si me diera permiso para hablar.

—¿Por qué te fuiste sin decirme nada? —solté, yendo directa al grano. No pretendía formar parte del reality show que aquellos dos se habían montado.

—¿Y tú por qué besaste a Auguste? —inquirió, evitando responderme, con el ceño fruncido.

Pronto relajó su expresión facial, como si hubiera recordado que debía mantenerse impasible frente a las cámaras.

Yo estaba bastante incómoda entre tanta gente pendiente de cada uno de mis movimientos como para tener que soportar la desgana de mi jefe, quien, aparentemente, me había llamado para nada.

Si estaba enfadado e iba a despedirme, esa no era la forma de hacerlo público.

—Él fue quien me besó —aclaré.

Narcisse apretó la mandíbula. Estaba claro que no pretendía que yo me defendiera, sino que me pusiera de rodillas para rogar su perdón, siguiendo con su farsa de novia florero que, además, era infiel.

—Pero tú te dejaste —gruñó, apretando el bolígrafo con su fuerte y gran mano, casi haciéndolo desaparecer.

—Señor Laboureche, no le incumbe mi vida privada.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now