Capítulo ochenta y nueve

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Bienvenidos a la autocensura de QJN, no necesito hacer spoilers aunque los estoy haciendo WAIT WTF MERI.

—Bienvenida a mi despacho —dijo él, sonriente, con las manos en cruz, mostrando con orgullo el gran espacio abierto que ocupaba la última planta del edificio de Louis XIX.

Asombrada por la inmensidad de la sala, di una vuelta sobre mí misma, observando con atención todos los exquisitos detalles del despacho, desde la inmensa mesa a la izquierda sobre la que se encontraban desordenados varios retales rodeando una hoja de papel enrollada hasta el gran sofá en el lado opuesto, frente al gran ventanal con vistas al Sena y a prácticamente todo el casco antiguo de París.

—Vaya, esto es enorme —dije, sin poder evitar fijarme en la mesa que había frente al ascensor, el único punto de acceso a aquel lugar.

—Todo lo que me pertenece es grande y admirable —rio, arqueando una ceja, tendiéndome una mano para recoger la pesada bolsa que llevaba colgada en el hombro.

Se la di, intentando esbozar una sonrisa, viendo cómo él la agarraba y la llevaba consigo hacia su escritorio, dejándola sobre él, dándome la espalda y ofreciéndome un maravilloso espectáculo visual de su ancha espalda enfundada en aquella americana verde oscura, que combinaba a la perfección con su cabello castaño y el ligerísimo tono tostado de su piel.

Le observé colocando las cosas como el perfeccionista compulsivo que era, realizando cómicos aunque esquemáticos movimientos a la vez que se perdía en su propio mundo de pensamientos y así estuvimos, varios minutos, aunque ninguno de los dos parecía tener prisa para que aquel instante terminara.

—Guste, estoy perdida —dije al fin, provocando que él se diera la vuelta, como si acabara de acordarse de que yo seguía allí.

Sus ojos azules me atravesaron desde su lejana posición y me estremecí cuando frunció el ceño, como si no comprendiera de lo que le estaba hablando.

—Pues yo te veo bien ubicada. Si quieres te digo dónde está la parada de autobús, a ver si recuerdas dónde estás —respondió con diversión.

Chasqueé la lengua antes de hacer rodar mis ojos, todavía poco acostumbrada a su extraño sentido del humor.

—Me refiero a que acabo de dimitir del trabajo de mis sueños y entrar a formar parte de los Selectos era la única razón por la que había venido a París —aclaré.

Él se acercó, intentando tranquilizarme con su sonrisa tendiéndome ambas manos antes de agarrar las mías, apretándolas con fuerza, como si me hiciera saber que él se encontraba allí.

—Tengo el honor de informarle, señorita Tailler, que acaba de ser admitida como la primera Elegida de Louis XIX. Es un puesto de prestigio, como puede ver, nadie ha conseguido llegar a él hasta usted, debe de ser una grandísima diseñadora para poder presumir de tan distintivo título —dijo con neutralidad, borrando la sonrisa para intentar fingir profesionalidad, aunque atrapando mi barbilla entre dos de sus dedos para levantarla y que nuestras miradas volvieran a cruzarse.

Hice una mueca, poco convencida de lo que estaba diciendo.

—¿Eres consciente de lo que va a pasar si, de repente, empiezo a trabajar aquí, en la segunda empresa de moda más influyente en París, en un puesto inexistente, tras haber roto con Narciso? —pregunté.

Él se encogió de hombros.

—No me importa lo que puedan hablar de mí.

—Pero a mí, desgraciadamente, sí —murmuré, intentando bajar la cabeza, aunque él no me lo permitió—. La prensa lleva dos meses creyendo que conseguí el puesto de Selecta por estar acostándome con Narcisse Laboureche, ¿cómo crees que se tomarían el hecho de que lo deje para venirme a trabajar aquí, contigo? Lo siento, pero yo no podría soportarlo de nuevo.

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now