Capitulo 4: Sueños humedos

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Estaba nerviosa, muy nerviosa. Llevaba semanas sin ver a Alejandro y en esa mañana lo volvería a ver después de aquella amarga situación. Alejandro había llegado a Manhattan para ver a su niño y buscar la reconciliación con su esposa, pero Isabella estaba negada a ello. Era más su orgullo y su dolor por sentirse traicionada que el amor y el deseo que sentía por Alejandro. La niñera recibió a Alejandro e Isabella tratando de no mostrarse nerviosa ante él, aunque por dentro muriera de nervios comentó con Daniel en brazos.

— Buenos días, ¿Qué tal el viaje?

— Estuvo tranquilo. Gracias por preguntar.

— Si puedes traerlo antes de las seis te lo voy a agradecer.

Dándole a Daniel en brazos intentó retirarse sin cruzar palabra pero él la detuvo. Caminó hacia ella buscando que se diera la conversación que tanto estaba buscando. No concebía la vida sin ella, sin poder tenerla enfrente y no demostrarle más que frialdad.

— Pensé que había sido clara Alejandro. Si te dije donde estaba solo es por Daniel. Estás aquí como el padre de mi hijo. Nada más.

— Eres muy rápida para juzgar, para señalar. Crees que estás libre de culpa o de errores, pero no es así.

Isabella encogió los hombros.

— Nunca te he faltado como mujer. En cambio, tú lo has hecho dos veces. Primero con la que ahora resulta que es mi hija, y después con una mujer que apareció de la nada y no tardaste nada en llevártela a la cama. Perdono una vez Alejandro, no dos.

— No me acosté con ella, de hecho, no se como coño llegue ahí. Lo único que sé, es que ese día estaba cansado, hastiado de buscar a mi mujer..., a mi esposa y no encontrarla. Estaba harto de querer tenerla y no poder. Sabes, estabas tan encerrada en ti misma, que no te diste cuenta de que yo te necesitaba.

Isabella chistó sarcástica

— Solo sexo buscabas...

— ¡No joder! No solo buscaba sexo, porque sexo, ¡follar! Me lo puede dar cualquiera hasta pagar puedo por obtenerlo, no solo buscaba hacerle el amor a la mujer que amo, buscaba en ella amor, compañía..., un hogar. Pero tú no solo piensas en ti, en tu dolor en nada más.

— Quizá mi dolor es más grande que mi capacidad de amar Alejandro. Felicitaciones, ya eres libre para buscar eso que te faltó conmigo en otro lado. Ya vete y déjame en paz.

Agarrando la pañalera de Daniel, airado salió del penthouse negándose a seguir intentando racionalizar con un ser que una pared y ella era prácticamente lo mismo. O al menos así lo veía Alejandro tras su cristal; pero Isabella solo usaba excusas. Utilizaba pretextos para evitar ser feliz. Parecía como si el ser feliz le fuera prohibido para ella. Se castigaba así misma al sentirse de alguna manera feliz desde que se había enterado de que había sido por tanto tiempo el verdugo de su propia hija. Vivía culpandose y llena de remordimientos. Solo deseaba estar sola, lejos de distracciones para lo que tenía planeado hacer. Pero el amor que sentía por Alejandro a veces la traicionaba, los celos..., el imaginarse que pudiese encontrar otra persona nada más de pensarlo la carcomía por dentro. Desde lo lejos observaba todo lo que ocurría en Madrid, pero no podía estar atenta a todo, menos a Meredith y lo que tenía entre manos. Su Iocura la había llevado a meterse en aguas muy profundas y peligrosas.

— Todo tiene un precio en esta vida Meredith...

Tragando saliva respondió.

— Te he pagado y con creces

Abel se mofó de ella mirándola de pies a cabeza con asquedad. Tomándose la copa que lleva en la mano arqueó una ceja.

— ¿Eso crees? ¿De verdad crees que tu cuerpo es suficiente paga? Meredith, seamos sinceros..., mírate a un espejo. Estás demacrada, falta de vida. Toda golpeada, hay mujeres allá afuera mucho más hermosas. Mujeres de verdad, no una descerebrada como tú.

Inefable Où les histoires vivent. Découvrez maintenant