Capitulo 8: Sangre dorada

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Allí estaba sentado con el alma a punto de desprenderse al vacío. Nunca imaginó que tendría a su hija desangrándose en sus brazos. No podía ni siquiera dormir media hora, solo tenía en la mente cómo sacar a su hija con vida de cuidados intensivos.

— Señor Céspedes, le tengo malas noticias — Dijo el médico desalentadoramente.

— Mi hija..., dígame que aún sigue viva por favor.

— Si, pero no por mucho. Anabel está muriendo, casi no tiene pulso ni reflejos. Necesitamos transfusiones de sangre urgente.

— Claro, yo dono lo que sea necesario.

— No es así de sencillo. Su hija posee un tipo de sangre que es extremadamente raro. Eso la pone en peligro de muerte.

Adrián sin entender nada argumentó

— Esto es absurdo. ¡Esto es un jodido hospital! Tienen que tener sangre para ella.

— Señor, el tipo de sangre de su hija es Rh nulo, solo hay  alrededor de cincuenta personas portadoras del mismo tipo de sangre. Por lo tanto, es casi imposible encontrar alguien compatible con Anabel. Si no encontramos donante en las próximas tres horas, me temo que no va a resistir.

Fue allí cuando las esperanzas de volver a ver a Anabel sana y sonriendo se habían ido por un tubo. No tenía nada en sus manos para salvar a su hija. Su sangre no era compatible, sólo había cincuenta personas en el mundo con ese tipo de sangre y eso era lo mismo que aceptar que Anabel falleciera. Derramó una lágrima sintiendo que con Anabel, se terminaría de ir su corazón. Pidió que la llevaran a verla, al menos deseaba despedirse de su única hija. Entró en aquella habitación y ver a su hija casi traslúcida, inerte en aquella cama lo quebrantaron de manera letal. Tomó una de sus manos y sentándose a su costado susurró con dolor.

— Lo siento tanto..., soy un miserable. No pude estar a tu lado, ni siquiera tuve las agallas para decirte quien soy, para decirte de frente que soy tu padre, que desde que supe que eras mi hija, mis días fueron totalmente completos. Ana, no se que haria sin ti, con esta culpa.

Nunca se había sentido tan miserable como aquella tarde. Salió de la habitación de Anabel hecho una miseria. Volvió a sentarse en aquella sala de espera falta de esperanzas y llena de pesimismo. Junto a ella, había encontrado una carta que no había podido leer hasta aquel entonces. No tenía remitente, era anónima y de solo mirarla, Adrian sintió que aquella decisión fatal que había tomado ella, era a causa de aquella carta.

Fue tan facil..., mas facil de lo que pensé. Te dije que iba a destruirte y lo he logrado. Primero tu hijo, luego que terminaras violada y ¿sabes que es lo más divertido de todo? Que ante todos has quedado como una vulgar zorra, pero sobre todo ante los ojos de tu amado Sebastian. Me he encargado de que no le quede duda, lo zorra y rastrera que eres. Yo en tu lugar, optaría por matarme porque no eres nada, y mientras vivas haré de tu vida un auténtico infierno.

Hazte un favor a ti y al mundo, deja de existir y malgastar oxígeno, huérfana.

Tenía que contenerse, hizo lo más que pudo por no reventar de ira al leer aquella nota. Sabía perfectamente de donde provenía, y lo único que comenzaba a desear era tener a Meredith de frente y poder acabarla con sus propias manos. Su móvil sonó y pretendía no responder, pero al percatarse de que era Isabella, respondió con desánimo.

— Hola

— Estoy en Madrid

— ¿Que? ¿Estas loca?

— Quizá. Necesito verte.

— Ahora no puedo..., de hecho no se si pueda en un tiempo.

— ¿Estas bien? ¿Qué ocurre?

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