Capitulo 5: Una menos

5.2K 520 45
                                    

Rápidamente se cubrió muerta de la pena. No sabía cómo reaccionar. Solo quería que él se fuera, que la dejara sola. Pero eso estaba muy lejos de suceder. La pena que sentía la desbordaba. Alejandro se sentó en la cama acechándola y ella firme exigió.

— ¡Sal ahora mismo de mi cuarto! No tienes ningún derecho a estar aquí y...

— De estar aquí..., mirando como mi mujer se toca, se retuerce de placer, creo que tengo todo el derecho.

— Vete de aquí. Tu y yo hemos terminado.

Alejandro la miró fijamente y lo que tenía planeado hacer, haría que Isabella volviese a derretirse en sus brazos. Dispuesto a hacer nuevamente suya, se acercó suspendiendose sobre ella. Isabella no sabía qué hacer o qué decir. Cerró rápidamente sus piernas pero Alejandro las separó susurrándole.

— Ya basta..., basta de esta niñería. Basta de fingir que no nos deseamos cuando yo, muero por tenerte y tu mueres por sentirme.

— No es cierto, no me provocas nada.

Con picardía, llevó sus dedos hacia la vagina de ella y frotándose sobre el clítoris de Isabella; dio suaves pero intensos masajes al mismo tiempo que sus labios buscaban dominar los de ella.

— Aléjate, deja de tocarme o...

— ¿O que? ¿Qué harás? ¿Gritar? ¿Golpearme? Si que lo harás..., y no tienes idea de cómo.

Aquellos dedos comenzaron a sacar el morbo y deseos reprimidos que ella insistía en ocultar. Ambos se miraron con el deseo de querer devorarse, sus cuerpos expresaban de mil maneras lo que aún sus mentes orgullosamente se negaban a aceptar. Ella temblaba, respiraba agitada y aunque quisiera, ya no podía detenerle. Deseaba lo que estaba sintiendo, como Alejandro la masturbaba mientras la miraba fijamente a los ojos.

— Eres mía, siempre lo serás

— Ya no soy tuya, hace mucho que dejé de serlo.

Alejandro sonrió sintiendo que tenía todo a su control, incluso a ella.

— Te voy a demostrar, que cada centímetro, cada rincón de tu cuerpo me pertenece. Eres mía, pequeña.

Hacían meses que no experimentaban el ardor de sus cuerpos uno contra el otro. Habían comenzado a olvidar cómo eran las noches en su cama, el deseo que los envolvía cuando ambos estaban desnudos rozándose piel contra piel. Se amaban, se deseaban y eso era algo con lo que Meredith jamás podría enfrentarse aún con toda la maldad y cizaña del mundo. El descendió por su cuerpo besando cada rincón que sus labios recorrían, disfrutando con deleite volver a poseer aquel cuerpo perfectamente tallado ante sus ojos. Cada vello de su piel se erizó al sentir el aliento de Alejandro entre sus piernas. Su sueño comenzaba a materializarse en la cálida y húmeda lengua de él sobre su vagina. Cerró sus ojos y cada lamida, cada mordida suave y libidinosa rápidamente hizo que la otra ella surgiera, la descarada, la libertina que solo quería entre gemidos pedirle que no se detuviera. La chupaba mientras con sus dedos, comenzó a penetrarla buscando que se corriera en su boca. Sus caderas se movieron al ritmo de la lengua de Alejandro sobre la creciente hinchazón de ella.

— Me embriagas, eres..., jodidamente perfecta.

Ella sonrió dejándose llevar por esa picardía que recorría cada vena, cada sentido de su ser. El orgullo había terminado vencido ante ellos. Mirándolo con algo de descaro, mordió sus labios y enredando sus dedos en el cabello de Alejandro pidió sin pudor alguno.

— No te detengas, joder..., no te atrevas.

— Pídelo

Algo confusa entre jadeos respondió

Inefable Where stories live. Discover now