Donde todo empezó

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Cuando abro los ojos por primera vez después de haberlos cerrado en la residencia de Fernando Matos, veo que estoy rodeada de kilómetros de tubos pegados en mi y docenas de pantallas que muestran las funciones de mi cuerpo. Todo está zumbando a mi alrededor. Quiero tragar saliva pero resulta que tengo una especie de tubo en la garganta. Estoy aterrada por el ansia de vomitar que me inunda el cuerpo. Se me nublan los ojos y siento que comienzo a entrar en pánico. Una de las máquinas comienza a sonar terriblemente, la puerta se abre y Massimo se precipita en la habitación, sentándose a mi lado y me toma de la mano.

 Una de las máquinas comienza a sonar terriblemente, la puerta se abre y Massimo se precipita en la habitación, sentándose a mi lado y me toma de la mano

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—Cariño,— sus ojos están vidriosos. —¡Gracias a Dios!- La cara de Black esta cansada y creo percibir que esta la mitad de delgado de lo que recordaba. Respira hondo, empieza a acariciarme la mejilla y el solo verlo allí me hace olvidar por completo de que el tubo me asfixia. Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos, y él me limpia cada una de ellas sin quitar su boca de mi mano. De repente las enfermeras entran en la habitación y silencian la insoportable máquina. Después de ellas, los médicos aparecen en la puerta.

—Sr. Torricelli, por favor, váyase. Cuidaremos de su esposa—, dijo el viejo en bata blanca, y cuando mi esposo no reaccionó, repitió la orden más fuerte. Massimo se enderezó y lo enfrentó, cambió su cara a la más fría posible, y luego dijo a través de sus dientes apretados

—Mi esposa abrió los ojos por primera vez en dos semanas, y si cree que me voy a ir, está en un increíble error...— Estaba resoplando en inglés, y el doctor le hizo un gesto con la mano. Después de que me sacaran un tubo de la garganta que se parecía al de una aspiradora, pensé que sería mejor que Black no lo viera.

Pero, bueno, sucedió. Un momento después, la visita de los médicos de todo tipo de especialidades comenzaron a llegar a mi habitación. Y luego hubo una revisión, una revisión interminable. Massimo no salió ni un segundo ni me soltó la mano. Algunas veces hubiera preferido que no estuviera allí, pero ni siquiera yo fui capaz de alejarlo de mí y convencerlo de que se moviera al menos una pulgada para hacer espacio para los médicos. Finalmente todos desaparecieron, y aunque todavía me resultaba difícil hablar, quería preguntarle qué había pasado realmente. Estaba tratando de recuperar el aliento, diciendo algo incomprensible.

 Estaba tratando de recuperar el aliento, diciendo algo incomprensible

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365 días de vida.Where stories live. Discover now