Eleonor

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Luego de nuestra comida, Domenico se ofrece a mostrarle los alrededores a los invitados. Mi madre no puede creer que vivamos en ésta mansión. Ella está en el paraíso y sólo ha visto la terraza y la piscina, que no son ni las tres cuartas partes del lugar. La finca tiene más hectáreas que 10 campos de fútbol unidos, sin contar la playa privada, el muelle y el área de las casas que ocupan los empleados.

Massimo parece relajado mientras bebe un vaso de whisky con hielo, escucha las anécdotas de mi padre y Peter, el padre de Olga y tiene su brazo detrás de mis hombros. Estamos bajo las sombrillas que rodean la piscina, hace un sol increíble y todo el escenario me hace sentir relajada a pesar de la gente con armas que nos rodea. Personas se mueven en los techos de la casa. Francotiradores o quien sabe que son nos vigilan por las mirillas de sus fusiles. Me estremezco ante el pensamiento. Black se percata y me besa la frente, uniendo su mano con la mía que, como ya se ha vuelto habitual descansa en mi vientre.

-¿Se ha movido hoy?- pregunta con ilusión. Cada vez que habla de Lucca su mirada se ilumina como jamás la he visto antes. Es automático.

-Esta mañana.- respondo, sonriendo a nuestras manos unidas -Estaba emocionado por la llegada de los abuelos.

-¿Vienes Lari?- Olga está feliz como hacia mucho tiempo no la veía. Tener a sus padres aquí por más que se hiciera la dura la tenía en el séptimo cielo. Miro a Massimo hacia arriba. Sus ojos están cálidos pero no serenos. Decido no darle más preocupación por querer unirme al paseo.

-Mejor me quedo aquí, estoy cansada.- ella asiente y las tres parejas se alejan hacia el muelle. Me acurruco al pecho de mi marido. No le había mentido del todo a Olga. Lucca comenzaba a ganar peso, lo cual hacía cansarme más rápidamente ahora. Además de que lidiar con el torbellino de mi madre me había dejado exhausta en tan solo un par de horas.

-¿Por qué no me dijiste que te encontraste a Matos en Palermo? - Massimo me saca de mis pensamientos con una caricia en la mejilla. Su tono de voz es extrañamente calmado, casi impasible. Trago ruidosamente, sin poder descifrar en su tono si estoy en problemas o algo peor. Mi cuerpo se yergue en la tumbona. Lista para defenderme de su ataque verbal si eso era lo que tenía en mente. Después de la boda iba a matar a Domenico sin importarme dejar a mi mejor amiga viuda, por no saber guardar un secreto.

-Massimo, en mi defensa, Marcelo me amenazó si le contaba a alguien.-contesto molesta. No tiene ningún derecho a reclamarme el intentar protegerle. Es lo que siempre hace conmigo, mantenerme al oscuro para que no me involucren en sus movidas. Él comienza a temblar de rabia. De ser posible le saldría humo de las orejas. Se levanta de un salto, caminando como león enjaulado delante de mi. 

-Laura, no soy "alguien" ¡soy tu marido, maldita sea!- él grita de manera que mi corazón se salta un latido del susto. 

-¡No me grites!.- espeto -¿Qué querías que hiciera? ¿Arriesgarme a qué te hiciera algo?- la garganta se me corta de solo pensarlo. Este hombre se había metido en mi piel de una manera que ninguna persona lo hizo jamás. Me sentía viva cuando estaba cerca, a salvo, en paz conmigo misma, completa que ya la sola idea de imaginarme sin él después de todo lo que hemos vivido me resultaba imposible. -Yo también quiero protegerte.

-Se cuidarme solo.- escupe. Me lastiman sus palabras pero esta vez  tiene completa razón. Bastaba mirar alrededor para entender que mis intentos por mantenerlo a salvo eran juego de niños en comparación con los suyos. Él tenía el dinero, los contactos, los medios, mil leguas de ventaja en experiencia y yo simplemente tenía una mentira para protegerlo. -De saberlo nos hubiésemos ahorrado una ida al hospital y que nuestro hijo sufriera un ataque al corazón del susto.- y con eso consigue que me quiebre. Porque estábamos en toda esta mierda de situación por mi culpa. Lo siento, Lucca.

365 días de vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora