38

14.7K 2.5K 1.2K
                                    

Parado frente a la ventana y los brazos cruzados, su mirada estaba posada en la grandiosa vista que siempre admiró y nunca se cansó de verla, era desalentador pensar que sería la última vez que tendría la posibilidad de mirar la naturaleza sin obstrucciones de edificaciones o ya no oír más el canto melodioso de los pájaros en la mañana y noche. Era un hecho difícil de aceptar luego de estar acostumbrado cada día y mes despertando y viviendo entre los brillantes lujos, una parte de sí se quedaría en el palacio, pero aquel pedazo no intervendría en su salida de la Selección.

Estaba apenado, ¡claro que sí! Incluso mucho más que sus doncellas las cuales lloraban por la inminente noticia, tan desagradable y poco acogedora fue que aún no detenían sus lágrimas desde la tarde cuando su Lord arribó la habitación hecho un manojo de rabia y gritando la preparación de las maletas para su ida a la madrugada.

Jimin respiraba hondo con el intento de calmarse y despojar todo aquello negativo de su sistema, pero no conseguía más que recordar lo sucedido y aumentar su furia con los nuevos pensamientos, pudo vociferar varias cosas más, hubiera despertado esa fuerza retenida que habitaba en los súbditos de Seúl, la gente se habría dado cuenta de la injusticia que les rodeaba y la cual regía en su país cada año y en los del mundo. Las cámaras de ese doloroso momento le habrían brindado la ayuda necesaria para que Corea del Sur abriera sus ojos del abuso ejercido por cientos de décadas.

Veía la oscuridad cambiar el color del cielo y el potente sol siendo reemplazado por la luna, habían transcurrido horas del castigo, su enojo no callaba ni se rendía, no existían atisbos de impedimentos. Siquiera la compañía de la medianoche y el silencio otorgado a duras penas transformó la inquietante emoción en algo de paz, tan solo avisaba que la madrugada era completamente de él para su partida del palacio.

Las doncellas se habían retirado de la habitación ante la orden del castaño, él observó con melancolía en derredor por última vez. Aspiró la nimiedad de su esencia que todavía permanecía en el lugar, suspiró pesado, cerró la puerta y empezó el caminar que lo llevaría al auto estacionado frente a la entrada donde estarían Jihyo, HyeRi y Jennie esperándole cabizbajas.

Iba concentrado en manejar la feroz emoción cuando escuchó un grito, una protesta, viniendo de la habitación de Yu BaRom; se oía desesperado de tanto insistir en lo que pedía, la persona a la cual se dirigía debía estar harta de sus peticiones. La situación no había picado su curiosidad en lo absoluto, sin embargo, la voz que se sumó frenando el griterío innecesario captó su atención haciéndole detenerse de golpe.

Era la voz del rey Min DoJin.

—Por favor, alteza, ayúdeme. Usted puede ordenarle a Yoongi que se case conmigo, es el rey, su padre —decía BaRom—. Yo comandando junto al príncipe puedo tener el poder de permanecer tal y como están las leyes, no habrían cambios. Yoongi no podría reformar las leyes, que es lo que tiene en mente, sin mi consentimiento él jamás lo lograría. Soy perfecto para lo que usted quiere que continúe en Seúl.

—Yo ya no controlo a Yoongi, él decide su vida, son sus decisiones, tiene veintidós años —negaba DoJin—. No puedo interponerme. Si quieres ser el Elegido debes esforzarte más para que te elija.

—¡Ah! ¿Entonces se va a arriesgar a que él cambie todo lo que usted a impuesto junto con los reyes Min antepasados? ¿Dejará que haga lo que gritó el Siete ahí afuera?

—¡Claro que no! ¡Eso jamás ocurrirá! Yoongi seguirá mis órdenes aun cuando sea rey... —contradiciéndose—. Aunque con tu ayuda podría controlarlo mejor... —Se creó un silencio que a Lord Jimin le hizo imaginar que le descubrieron fisgoneando, pero oyó el suspiró del Uno prosiguiendo la conversación—. Pero yo no...

. ⇢ príncipes ˎˊ˗ ꒰ ymDonde viven las historias. Descúbrelo ahora