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El príncipe no le respondía, estaba tardando mucho en abrir la boca y explicarle el por qué del retazo habitando en su dormitorio, algo tan indefenso, pero que tenía grabado el símbolo del temible grupo que amenazaba al reino de Seúl y, quién sabía, de toda Corea del Sur. Era alarmante y peligrosa la situación, el Uno, el impecable heredero del trono, un sucesor intachable, podía estar relacionado con esas horribles personas de sangre fría, violentas y desquiciadas.

¿Min Yoongi era capaz, atesoraba la valentía y osadía, de traicionar a su pueblo?

El Siete, el muchacho que poseía la misma nada, pero para el pelinegro portaba todo lo que necesitaba, anhelaba y amaba, le miraba inquisidor, con el intento de que sus ojos azules, curiosos y aterrados, tuvieran el poder suficiente para indagar en los preciosos ojos de su enamorado; sin embargo, nada penetraba los inquebrantables muros impuestos por Yoongi, creando así un ambiente más misterioso y abarcado de desconfianza.

Ya no soportaba el silencio del príncipe, le crispaba los nervios cada segundo que transcurría de manera uniforme, los condenados minutos trabajaban arduamente para confirmarle la participación del ser que amaba. No obstante, el Uno se empeñaba, con esmero y gracia, en asustar al castaño, empujándole a resbalar en las negras aguas del terror, ahogándose en el suspenso.

Cuando, finalmente, el príncipe tomó las riendas del asunto, el corazón desbocado de Lord Jimin salió disparado de su pecho, temeroso de la brusquedad que utilizó el mayor al arrebatarle el libro con el pañuelo, las fosas nasales del pelinegro se contraían y la respiración cambiaba a acelerada. Pero el siguiente movimiento, tan desprevenido, era absolutamente todo lo contrario a su reacción.

El Uno velozmente había encerrado al joven Park entre sus brazos, aferrándose a él con delicadeza y sin la presencia de descarriladas acciones ante su pequeño cuerpo; no existía la furia por entrometerse en cosas privadas, siquiera un drástico cambio de actitud por lo descubierto, solo predominaba el arrepentimiento en su ceño arrugado y ojos cerrados. Juntó ambas frentes en la espera de hallar tranquilidad y provocar que el Siete olvide lo visto, pero la sensación de culpabilidad abordó su mente. ¡No podía mentir o engañarle a Lord Park, es más, nunca podría!

Aún, el castaño, con su semblante asustadizo, se permitió acariciar el cabello del príncipe, quería tranquilizarlo, enviarle el sosiego que requería con urgencia, quizás con su poderoso tacto la tensión de Min Yoongi desaparecería sin dejar rastro y la posibilidad de acallar la situación con el amor de ellos devolvería lo que la amenaza se robó.

—Por favor, cálmate, no temas —le decía el Uno—. Puedo escuchar los latidos de tu corazón asustado, estás temblando. No te haré daño, nunca lo haría, amor, tan solo confía en mí... Ámame como yo te amo y verás que todo esto no tiene importancia.

—¿Cómo no la va a tener? Son los rebeldes, ellos m-matan a inocentes, atacaron sin piedad el palacio, ¿cómo pretendes que olvide a esas horrorosas personas? —preguntó Jimin cerrando los ojos—. Tú mismo me advertiste que te informara si alguien portaba el símbolo dentro del palacio, p-pero lo tienes tú —recordó, nuevamente la acechadora sensación de desprotección se presentaba aun con la presencia del príncipe, a pesar de que sus brazos le rodeaban brindándole seguridad, que su palabras le prohibieran sentirse desamparado.

—No estoy con ellos, eso te lo puedo asegurar —murmuró alejándose un poco del castaño y arreglando sutilmente el flequillo de este—. Pero sí estoy de acuerdo en lo que ellos quieren. —Delineó su mejilla.

—¿Y qué quieren?

—Derrocar las castas. Un sistema igualitario.

El castaño exhaló fuertemente ante el nerviosismo acontecido de repente, él también deseaba lo pedido por esas salvajes personas, lo había dejado bien en claro el día del castigo, lo gritó directamente a los cuatro vientos, comandado por la ira. Ahora que conocía el propósito de aquel grupo, ya no se sentía tan solo con su pensamiento que, a la vista de todos, lucía descabellado e imposible, y, sorprendentemente, el príncipe de Seúl también estaba del lado de la justicia.

. ⇢ príncipes ˎˊ˗ ꒰ ymWhere stories live. Discover now