Primas

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Mi prima hermana fue desde chica la persona más paciente que he conocido. Ella no hacía una tortita de barro, sin analizar primero todas las opciones posibles de decoración —lo que a mí, me sacaba de quicio.

 En la familia, las primas mayores éramos cinco, nacidas todas en el mismo año con escasa diferencia de meses. María, la mayor de nosotras, fue siempre mi preferida, mi compañera, la que compensaba mi hiperactividad con su santa parsimonia. Toda la niñez nos encontró pegadas como estampilla, hasta que las mismas diferencias que nos complementaban nos fueron alejando; a pesar de eso, nunca dejó de ser especial para mí.

Mi tía solía comprarle galletitas sueltas, que se vendían por peso y alfajores, que en casa se veían solo en figuritas, ya que mi hermano no podía comer casi nada por una alteración metabólica y por lo tanto; yo tampoco podía hacerlo para que él no sufriera— según palabras de mamá—. Esta dieta obligada la podía romper cada 15 días, cuando me llevaban a visitar a mi prima.

Yo estaba muy ansiosa, por la certeza de que ese día era especial, jugábamos a la peluquería, volábamos en su hamaca y a la hora de la merienda podría comer alguna dulzura.

María, se sentaba a mi lado en la mesa de la galería, debajo del emparrado en uva chinche y podía pasar horas comiendo una golosina. Yo que era una glotona ansiosa, sufría horrores viendo como un alfajor se moría de aburrimiento entre sus manos; así que para colaborar, cuando ella se distraía le robaba un pedacito ... y luego otro aunque yo ya me había comido el mío. Creo que en el fondo, ella se daba cuenta y me dejaba, porque sabía que su mamá le volvería a comprar más y yo solo le robaba una o dos veces al mes.

Álbum de familia ¡Se va la segunda!Where stories live. Discover now