Patricia

25 8 16
                                    


Una de mis pasiones desde niña ha sido dibujar. Pasaba largas horas dedicada a la creación de paisajes de cuento, con hadas y mágicos castillos. Mis ilustraciones no lucían, ya que no tenía muchos lápices de colores ni otros materiales artísticos que destacaran las obras, remitiéndome a lo más accesible: azúcar para las coronas, yerba para el pastito y algo de polenta (harina de maiz) para el rey sol. 

En primer grado se nos asignaba un compañero de banco con el que debíamos compartir pupitre, tareas, entrar al salón y salir al patio tomados de la mano— se hacía de esta manera ya que se pensaba que las niñas siendo tranquilas y disciplinadas mantendrían a los varones de la misma manera.

El segundo grado fue un gran avance. Teníamos la responsabilidad de escribir con lapicera (bolígrafo) de tinta a cartucho y elegir con quién nos sentaríamos todo el año, era un nuevo mundo el que se nos abría y la posibilidad de hacer amigos por elección. Yo ansiaba tener una amiga, ya que no tuve la suerte de tener hermanas y esperaba que el año me premiara con una; por eso no cabía de la alegría cuando Patricia se acercó a mí. Ella era la chica  acomodada del salón, por eso me extrañó que quisiera sentarse conmigo, siendo que todas querían estar con ella. Por mi parte estaba feliz, dado que el año anterior me tocó un chico arisco que no hablaba y le molestaba que yo lo hiciera.

Al principio, Patricia se mostró afable y me felicitaba por mis dibujos, incluso llegaba a prestarme sus colores en clase y me regalaba pizcas de brillantina (diamantina) para los vestidos de mis hadas. Yo pensaba que era muy generosa, hasta que entendí, que nunca traía su tarea hecha, me pedía que la "ayudara" y así me pasaba los recreos resolviendo hojas enteras de cálculos y oraciones sin terminar. Yo no tenía problemas en colaborar, pero ella no quería que le explicara sino que le hiciera sus deberes, y se pasaba jugando en los descansos mientras yo no podía. Todo el año me pasé completando tarea doble casi automáticamente.

En tercero, mi "amiga" aumentó las exigencias, ahora pretendía que le trajera ideas nuevas para presentarlas como propias. Yo estaba muy triste, me sentía poco apreciada, y cuando me negué a seguir así, no me dirigió la palabra y se buscó otra compañera que la ayudara. Seguí haciendo mis dibujos con azúcar y yerba y todos ganaron un espacio en el salón de actos. Al año siguiente no la tuvimos de compañera, se había cambiado de turno porque reprobó el grado.

Álbum de familia ¡Se va la segunda!Where stories live. Discover now