La nena

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Ella nació tiempo antes de la fecha calculada. El cordón enredado no le permitió girarse para adoptar la posición de parto y por ello fue necesaria la cirugía. Pequeña, frágil y demandante fue creciendo y mostrando una dificultad en la visión que se diagnosticó como Hipermetropía. Los primeros indicios de ello se manifestaba en las frecuentes caídas, pero que por su corta edad no podía expresar. Hacia los cuatro años nos explicó con detalle la forma en que veía las cosas: "Veo dos mamás y dos papás". En esa época, la llevamos a cuanto especialista encontramos, pero ella se negaba a abrir los ojos y de esta forma se hacía imposible el diagnóstico. Paulatinamente los ojos comenzaban a desviarse al querer fijar la atención y finalmente la convencimos de que tenía que permitir que la atendiera el oftalmólogo. Conseguimos uno, especialista en pediatría, que le resultó simpático, le permitió revisarla y la siguió atendiendo hasta la adultez. Él nos explicó que su anomalía provocaba que viera los objetos como si se tratase de un espejo roto, en diferentes planos, pero con los anteojos especiales se podría corregir, si bien los tenía que usar en forma permanente. En la primaria debía cubrir uno de sus ojos con parches para obligar al otro a trabajar, además de los lentes con cristales de distinta graduación y corrección, ¡si habré llorado cuando en la carpeta de tareas las hojas estaban al revés y ella no lo notaba! Fue una buena estudiante y llegó a concluir dos especialidades de nivel medio: bachillerato y técnica electromecánica. En la universidad se decidió por la ingeniería electrónica, dónde alcanzó un promedio de nueve en sus calificaciones generales, conoció un buen muchacho con quien empezó un noviazgo y la vida parecía desarrollarse con tranquilidad.

Una tarde en que caminaba por una plaza del centro de nuestra ciudad, conoció a un hombre que paseaba perros, lavaba autos en la calle y la tenía vista de la plaza. Con este hombre—diez años mayor que ella comenzó una amistad y posteriormente una relación afectiva. Dejó a su novio y cambió radicalmente su comportamiento. Este fue el principio de todos los conflictos.

A poco tiempo de relacionarse con el nuevo novio dejó la facultad porque él la convenció de que era demasiado tiempo de estudio y sacrificio: "es mejor divertirse cuando se es joven y no pasarse la vida estudiando"—le había dicho.

Como abandonó la carrera comenzó a trabajar, en una comunidad educativa que contaba con todos los niveles de enseñanza, y ella estaba a cargo de los niños de nivel inicial. El micro pasaba a buscarla todas las mañanas por casa para cumplir con sus labores de auxiliar. Este trabajo duró hasta que su nuevo novio la empezó a invitar a fiestas y reuniones con amigos, de las cuales llegaba al día siguiente. Varias veces debimos salir a explicar a sus empleadores que no se encontraba en casa. Era un puesto de responsabilidad y lo perdió por incumplir con ese compromiso. No entendía razones ni consejos. El novio aparecía a la madrugada a buscarla en su motocicleta y ella se iba cualquiera que fuera la hora en que llegara. La angustia no nos dejaba descansar, porque este sujeto venía muchas veces alcoholizado manejando. Cada vez que ella empezaba un trabajo, él se ocupaba de que lo perdiera.  El colmo de la vergüenza fue cuando los vecinos me dieron las quejas de la actitud del "novio" de mi hija. Sucedía que llegaba y mientras la  esperaba, se dedicaba a orinar en la vereda, tanto de mi casa como la de ellos. Varios me contaron además que lo habían visto en compañía de otras chicas en actitud romántica, pero ella no lo quería creer y por el contrario me odiaba imaginando que eran inventos míos.

Los años pasaron y la tirantez de la situación hizo que ella se decidiera a mudarse con él, furiosa porque no le permitíamos ingresar a su pareja a nuestra casa—las hermanas eran menores y el riesgo demasiado para correrlo—. Cada vez que se peleaban aparecía con moretones y los lentes rotos y que había que volver a comprar y luego de unos días se iba de nuevo. Con todo el dolor la veíamos en el centro, acarreando baldes de veinte litros de agua, para que su pareja limpiara los autos encomendados, con frío o calor durante todo el día.


—Hija no podés seguir así, la calle es peligrosa. ¿Por qué no buscás un trabajo tranquilo? Sabés que siempre podés volver a casa.

—¡No te metas! ¡Es mi vida!

En una oportunidad, el tipo tuvo el descaro de aparecer en el trabajo de mi esposo, para proponerle un acuerdo muy satisfactorio: nosotros le pagaríamos un departamento a nuestra hija para que ella viviera sola— y no lo molestara demasiado exigiéndole que trabaje— , entonces él la visitaría como noviecito sin compromiso. Nuestra ganancia consistía en que también podríamos visitarla de vez en cuando, así dejaría de estar enojada con nosotros—por tratar de que entendiera que solo queríamos su bienestar.

Esto sucedió hace doce años. Ella trabaja para mantenerlo  y él sigue paseando perros o cuidando autos en la calle (trapito le dicen por acá), aunque con la pandemia ni eso hace. Por casa, nuestra nena no volvió a pasar, movida por un rencor que no tiene explicación alguna. No estuvo cuando enfermó su abuelo, que la adoraba, ni cuando su padre debió operarse.

Su papá la llevó en bicicleta todos los años de la escuela secundaria, en el asiento de atrás durante treinta cuadras, porque le hacía mal el olor al combustible de los vehículos y eran muchas cuadras para caminar sola en la oscuridad. Antes de las siete de la mañana la subía en la bici, la dejaba en la escuela y regresaba a casa para irse a trabajar. 

La esperamos y la cuidamos con todo nuestro amor. Dios sabe que así fue, ojalá, que algún día ella también lo entienda.

Álbum de familia ¡Se va la segunda!Where stories live. Discover now