¡Shsss!, mamá duerme

21 8 19
                                    

Los dos primeros años de secundaria iban relativamente bien, porque conseguí articular mis estudios con las tareas en casa. Los años de escuela nocturna los ocupé perfeccionando conocimientos y entonces las señoras del barrio me enviaban a sus hijos para que les brindara apoyo escolar. Al principio tenía dos o tres, pero luego eran unos diez que recibía al volver de clases. Esto me significaba un mínimo ingreso que reducía mis gastos para viajar y comprar útiles o algún libro, ya que en esa época, cada materia tenía su libro respectivo y no se aceptaban fotocopias; lo bueno era que los libros no quedaban obsoletos de un año a otro, entonces los del año superior los vendían y yo los adquiría usados.

A lo largo de estas historias, muchas veces digo que mamá pasaba mucho tiempo en cama, esto tenía un motivo que se fue agravando: Mamá nació con un corazón enorme pero poco funcional y el destino le jugó la mala pasada de perder a su padre antes de nacer. Cosas como esta pueden marcar mal una vida, y los años de pobreza comiendo por sorteo, pasando frío y angustia no beneficiaron la condición de su salud y por el contrario se sumó la pérdida de un pulmón por una tuberculosis infantil. 

De pequeña sabía que mamá tenía que dormir y yo quedarme quietita y en silencio, para no perturbar su descanso. A los diez años había aprendido a cocinar y entonces me despertaba, preparaba el desayuno, suministraba los medicamentos a mamá y  a mis hermanos y luego iba a la escuela. A medida que fui creciendo, me ocupaba de la cena, el lavado de la ropa y la limpieza de la casa. En las horas de la siesta tejía y leía libros que me prestaban debajo del árbol de moras, dónde me hice amiga de varios "bichos canasto", un insecto parecido a las polillas que pendían de las hojas y no hacían nada, salvo acompañarme. También fui testigo del nacimiento de mariposas que rompían sus capullos de seda para inundar el cielo de vida. Hace un par de años, cuando hice un curso de indumentaria, me enteré de que los capullos de gusanos de seda eran "interrumpidos" según dijo mi profesora para que al salir del capullo la mariposa no arruinara la calidad del hilo. 

—¿Los matan profesora?

—Los interrumpen—repitió.

¡Qué tristeza!, qué la vida arruine un hilado y baje el precio de la tela. No lo entiendo, tardes enteras esperando el momento de que las alas húmedas asomaran cansadas por el esfuerzo y me dieran una alegría. Sigo sin entender.

Antes de empezar el tercer año papá se internó para operarse de las várices que lo tenían muy dolorido, estuvo un par de días hospitalizado y regresó a casa. Una madrugada, me desperté asustada por los gritos de mamá: papá se moría a causa de una hemorragia digestiva, algo le habían cortado de más. Al abrir los ojos mamá me decía que me quede a su lado para buscar ayuda. El dormitorio era un lago de coágulos de sangre negra y olor dulzón. Gracias a Dios eran tiempos solidarios y el almacenero —uno de los pocos vecinos con auto—, vino urgente y lo llevaron al hospital casi sin sangre. Transfusiones y estudios mediante papá se recuperó, pero a partir de allí mamá comenzó a empeorar; se agotaba al dar pocos pasos y todo médico que consultaba no le daba solución: medicamentos para regular la presión, el colesterol, el azúcar, el oxígeno y cuánta cosa surgiera. Unos recetaban algo que luego otro médico quitaba. Al final volvíamos a lo mismo, reposo, dieta, paciencia ... y nada más. Aún con todos los cuidados no había buen pronóstico para la situación y luego de lo sucedido a papá no pude comenzar el tercer año. Entonces me aboqué al cuidado del hogar y al apoyo de los niños que ahora repartía en distintos turnos, para que pudieran tener la atención que requerían, y a la vez ellos me llenaban de energía. Fue un año muy duro, a mamá la operaron y yo aprendí a curarla y colocar los vendajes. No se conseguía atención domiciliaria en esos lugares alejados y por lo tanto alguien tenía que hacerlo y claro, me tocaba a mí. Mi hermano repitió varias veces el primer año de secundaria y finalmente dejó la escuela, hacía algunos pequeños trabajos para comprarse algo que quería y andaba con sus amigos. 

Es increíble como la enfermedad mina el espíritu de las personas. Los días que mamá se sentía bien, la casa parecía otra, ella cantaba y me relataba historias graciosas, iba hasta el almacén y se quedaba conversando con vecinas alegremente, me traía bombones que se compraban sueltos y me los iba regalando a lo largo de la semana"para la escuela". Los otros días— la mayoría—solo se escuchaba su respirar agónico, interrumpido por las apneas de sueño y el silencio, el pesado silencio que lo cubría todo.

En la foto no se nota, pero estoy sentada bajo la mora con mi gato. Aquí ya estoy viejita tengo 20 años.



Álbum de familia ¡Se va la segunda!Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt