Capítulo XXXIV

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Habían pasado al menos dos meses desde que Perséfone había vuelto a la tierra, a veces iba al jardín de Daph, hablaba con la planta a la que le llamaba laurel, el jardín había prosperado bastante, quizá en unos días lo abriría para todos los Dioses.

Ares llevaba unas semanas fuera y le había pedido a Perséfone que viviera en su gran casa, prácticamente le dio total libertad, a ella le gustaba, tenía una cocina enorme y una sala donde tenía mapas del mundo entero, ella se había dado a la tarea de acomodar semillas en esos mapas su plan era adaptarlos a las condiciones de clima de cada región.

—¡Estoy en casa! —gritó Ares y Perséfone fue corriendo a ver a su hermano.

—¿Encontraste a Artemisa? —le preguntó inmediatamente.

—No, pero fui al Inframundo.

Perséfone se apartó, no quería hablar de Hades ni de nada relacionado con ese lugar, había tenido tiempo para sanar y, pero aún seguía molesta.

—¿cómo está Radamanto?

—Bien, pero yo sé que quieres preguntar por mi tío.

—Escucha, yo sé que es tu casa, pero te agradecería que no lo menciones mientras yo esté contigo. Gracias—Perséfone se dirigió a la cocina y sacó Lokum de una vasija.

—No puedes evitar ese tema toda tu vida—le dijo—¿me das un Lokum?

Él lo tomó y empezó a masticarlo.

—Yo no soy la que lo evito en primer lugar, él me evitó y evitó el problema cuando me envió a la Tierra.

—Sabes que fue por tu bien, necesitabas calor.

—¿Así como el calor que Hades y Mente producirán en mi cama? —dijo como si le faltara aire al respirar.

—Perse—Ares fue y la abrazó—, no fue intención de él herirte.

—No me molesta lo de Mente, le ofrecí olvidar y seguir con él, pero me apartó de su vida como si nunca hubiera existido.

—A él también le duele, no habla con nadie de nada, solo del trabajo—Ares seguía acicalado su cabello

—Todas las noches, me pregunto que hice mal, ¿me merezco esto?

—No, ninguno de los dos se lo merece—él se separó de ella y le limpio las lágrimas con los pulgares.

—No pienso ir a buscarlo, quiero decir, aún tengo dignidad.

—No tienes que hacerlo si no quieres—la miro a los ojos —has sanado de todo, solo te falta sanar de aquí—le apunto el pecho.

—No creo alguna vez sanar de esto.

—¿Por qué no visitas a Afrodita?

—No veo porque hacerlo—le respondió cortante

—Bueno es la Diosa del amor—Ares recordó cuando estuvo con ella y en lo que consistía su trabajo—cientos de mortales la invocan para pedirle consejos o el amor verdadero.

—No creo que necesite amor o consejos de amor en este momento.

—En eso si te equivocas, todos necesitamos consejos de amor.

—De acuerdo iré, pero no sé qué puedo ganar con eso.

—Te abriré un portal a su mansión en este momento—y así lo hizo.

Ella entró y contemplo el lugar.

—¿Qué esperas? Ven acá.

—Yo creo que no, disfruta tu sesión con Afrodita—cerró el portal abruptamente.

Amor Divino: Hades Y PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora