Flor Negra

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Dame tu flor negra que se esconde en tu belleza
que oculte el rubor que mancha tu sexo de marfil, del cual es hermoso y precioso para mi y eres cerrada y agria,
implorando la miel de tu beso, que en un instante me parece infinito y que en este preciso momento tu lengua me hace sentir que estoy cayendo en tu tentación
y diminuto, paraíso que nunca volveré, como la niñez.

Mariposas de papel, tus ojos posados en mi cuello lánguido y eso me da una sensación
que se entrega calladamente a la fiesta de tu lengua mi cuello para que dejes la saliva en el y este esta, tibia como la leche humeante de la infancia, aguardando ajena en su taza de cerámica, ultrajada y lavada hasta el hartazgo.

O como la sopa hirviente, panacea de todos mis males y caigo con tus movimientos
reposando sobrio en tu isla de madera olorosa a jazmines y rosas de primavera
aguardando impávida el ultraje de anónimas cucharas gastadas que son bellas
Y que sin piedad apagas con tu labial
El líquido que se pierde en la caverna de mi boca y se concentra en todo mi cuerpo.

Vida de calor,
y de recuerdos inventados que disuelven gota a gota algún dolor que haya tenido
que creía perdido y retorna lacerante en un deseo que se hace más intenso
para que yo lo disfrace con el deleite de los manjares de tu escultura, futura mujer hábil y con millones de sensaciones
amargor en la boca que refriego con mis manos pringosas las palmas abiertas, hundiéndose premeditadamente en el mar de arena de mi tazón de azúcar.

Los puños cerrados tratando de contagiar al alma ese sabor, y resplandece entonces, sé,
resplandece mi boca y mi dolor reaparece
haciéndose carne en otro rostro,
anegado de una nueva emoción,
que toca mi puerta, golpeando regular y burlonamente.

Emoción lustrosa como una manzana,
radiante como la frescura de un sol de primavera  que vienes ansiosa, excitante, irreverente a mi encuentro y me das más razones para vivir contigo en un mundo abstral  y vuelo entonces extasiado hacia la puerta del placer cuando recorro por tu piel
en el relámpago azul de un vestido sin tela que están tus bellos y rugosos montes
corro por el zaguán a darte la bienvenida
y repica, tenue y frágil, la blancura de mis zapatos recortada en la muchedumbre ciega
de baldosas que lamen mis pequeños pies.

Dame una dalia negra, que tengo prisa,
ahógame con tu mirada inexorable que no pide perdón, agóbiame con tu retahíla de palabras caóticas que me transportan,
y con el movimiento hipnótico de tus labios,
hasta que me sangren los oídos amor.

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