Capítulo VI.

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 Sábado.

Me despierto aún vestida. Cuando alzo la cabeza veo todo el edredón manchado de sangre. Maldigo por lo bajo y me levanto corriendo. Mi rostro está lleno de sangre y bajo mis ojos hay dos lunas oscuras. Me lavo pero no intento tapar la mala noche que he pasado. Salgo del baño y veo que Natalia no está en su cama. Me paro en medio de la habitación y miro otra vez al mueble para asegurarme de que no está allí. No sé dónde estará o con quién pero en estos momentos no me importa.

Después de meter la funda del edredón en el cesto de la ropa sucia me visto rápidamente y salgo de la habitación. Todo está muerto en los pasillos, no se oye ni un ruido, incluso los colores que ayer parecían relucientes hoy se ven desgastados. Llego al hall sin encontrarme a nadie. Por suerte el conserje sí se ha levantado y está limpiando algún estropicio ue debieron de causar los estudiantes.

Estoy a las puertas de la residencia, con el móvil, decidiendo que hacer. No conozco a casi nadie aquí pero tampoco me apetece ver a los demás. Y menos a Javi o a Aleix. Bajo el último escalón que me queda y me encamino al lugar de los fumadores. No sé cómo pero siempre hay alguien expulsando humo como un tren.

Solo hay dos chicos. Son gemelos. Les sonrío y me acerco a ellos sin timidez. Los dos chicos son rubios, ojos marrones y con chaquetas del Atlético de Madrid.

  —Hola.

  —¿Quieres? —me pregunta el más cercano a mí.

  —Os los piden mucho, ¿no?

  —Bastante —responde el segundo con una pequeña sonrisa.

  —¿Me podéis decir dónde los conseguís?

  —Nos lo trae el conserje. El muy cabrón nos hace limpiar las ventanas del  último piso.

El conserje lo tiene bien planeado. Me pregunto cuántos sobornos aceptará, qué trabajos pedirá por ellos y si quedará alguna tarea que él deba hacer.

  —Pero puedes quedarte con mi paquete —me ofrece el primero.

  —O no, gracias.

Los dos me sonríen y me despido. Tienen una sonrisa muy burlona.

Le he mandado un mensaje y ha aceptado. Estoy muy feliz. Hace como un año que no veo a mi prima, aún recuerdo cuando nos quedábamos en mi casa a ver películas. El olor de las palomitas, nuestras risas, nuestros gritos, mi madre echándonos la bronca. Mi sonrisa se ensancha cuando la veo venir de lejos. Su cabello trenzado, sus pequeños ojos, su tímida sonrisa. No ha cambiado en nada.

  —Lina —grita y me abraza.

  —¿Qué tal? —le pregunto con entusiasmo.

  —Muy bien. Madre mía, no has cambiado en nada.

  —Tú tampoco.

Nos reímos y volvemos a abrazarnos. Aura es la hermana que a mi madre no le dio la gana de engendrar.

  —Me dijo tía que estás en un internado, ¿cómo has acabado allí?

  —¿No te contó la historia?

  —No.

Comienzo a contarle la historia mientras me guía por las calles. Las calles de Madrid están animadas. Las estrechas aceras están congestionadas pero caminamos con fluidez. Le cuento más o menos todo sobre el internado. Y ella solo sonríe, no para de sonreír. Había olvidado que bien me hacían sentir las sonrisas de mi prima.

  —Que cabrón. Te besó así sin más. No sé cómo no le golpeaste —dice Aura, claramente burlándose de mí.

  —No sabía si pegar al que estaba a la izquierda o al de la derecha.

Bandas.Where stories live. Discover now