Capítulo XV.

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El sol ya ha caído por el horizonte. La temperatura ha descendido drásticamente y siento como el frío traspasa mi chaqueta hasta llegar a los huesos. Aleix no se aleja de mí y acorta aún más la cercanía cuando nos adentramos en un barrio. Hay más vagabundos que en las otras calles, la iluminación pública es escasa y los residuos de apilan en montones, los basureros deben de tener miedo de entrar por estas calles.

El edificio en el que entramos parece ser un bar, más semejante a un prostíbulo. Las camareras balancean sus voluminosas caderas de un lado para otro hipnotizando a la clientela para que pidan un cubata más. Me incomoda bastante y no solo por el hecho de que sean hombres, sino por su mirada, su pervertida mirada. Aleix no me deja acercarme a ninguna mesa y yo tampoco quiero hacerlo.

  —Hola, Basilio — saluda Aleix al camarero. El señor que está detrás de la barra de piedra nos observa con escepticismo. Su barriga sobresale por debajo de la camiseta manchada de grasa y los rizos de su cabeza se colocan desordenadamente alrededor de su cara.

  —¿Quién es? —pregunta haciendo un gesto hacia mí. Su voz es tosca y seguramente haya sido maltratada durante años.

  —Mi acompañante.

  —¿Ahora las reclutáis tan delicadas? —se burla Basilio.

  —Cállate y dime dónde están —dice utilizando un tono brusco.

Basilio sale de la barra y entra por una puerta. El olor a perfume barato se disipa para dar paso al olor fuerte del puro. Toda la sala es invadida por un humo espeso y casi opaco. Aleix me mira entre la humareda para asegurarse de que no me pierdo o por si acaso me acerco donde no debo.

  —Están en la última mesa —dice el camarero y se va.

Las partidas se dispersan en nueve mesas y cada mesa tiene por lo menos diez asientos. Los croupiers de uniformes gastados reparten las cartas y el sonido de las tragaperras rellenan el silencio. Todas las partidas están a medias, en una he podido ver mil trescientos euros ya apostados. Me sorprende ver a chavales menores que yo sentados en las sillas.

La última mesa es la más grande de todas. Es de madera oscura y las sillas están tapizadas con una tela de color oscuro marino bastante desgastada, puedo ver que han sido quemadas por los cigarrillos de los clientes. En esta mesa, aunque hay para veinte ocupantes, solo hay cinco personas. Cinco chicas para ser más exactos.

  —Mirar chicas, alguien se dignó a visitarnos —dice moviendo sus labios rojos. Sus ojos son de color oscuro al igual que el maquillaje que los rodea. Su ropa es ajustada, parecida a la de las camareras, y puedo ver sus tacones amarillos entre la nube de humo.

  —Buenas noches, ¿qué tal la partida? —pregunta Aleix con fingido entusiasmo.

  —Muy aburridas sin ti, siéntate anda —dice otra y da unas palmaditas al asiento de su lado. La chica que habla tiene una voz ronca y varonil. Me sorprende la feminidad de sus gestos ya que su cuerpo también es fuerte y ancho. Nada que comparar con las curvas de la primera hablante.

  —Lo primero es lo primero.

La chica de los labios rojos se levanta y pasa el brazo por la cintura de Aleix. Con un insignificante gesto me aparta de él provocando que me acerque más de lo debido a una de las mesas. Aleix se percata y me mira de forma inquisidora. No me aparto.

  —Podemos hablarlo mientras jugamos un poco —sugiere la primera chica.

Una rubia fija su mirada en mí y hace un mal gesto. Las demás se vuelven al instante con la misma actitud excepto la marimacho que mantiene su sonrisa. Bufo interiormente, nadie les da derecho a mirarme de esa manera. Maleducadas.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora