Capítulo LII.

1K 39 5
                                    


Nunca me han gustado los funerales. La oscuridad de los trajes se traga toda la luz y la vida de la gente. Incluso el propio muerto a veces parece más vivo que sus familiares. Aunque me duele pensar así teniendo en cuenta que en la caja no habrá un señor de ochenta años al que le ha llegado la hora mientras hacía lo que más quería, sino que habrá un niño quien lo último que vio en su vida fue a su padre golpeándole. Esto sí que hace que el corazón se me contraiga y ver el rostro de los que me rodean lo reduce a una masa de carne y sangre del tamaño de un garbanzo.

A parte de esto, los funerales son despedidas al vacío, lágrimas sin dueño y sentimientos que no tienen ningún final. La muerte nos separa y en este mundo deja los recuerdos y las heridas abiertas. Siempre hay alguien que no pudo despedirse a tiempo, que le debía dinero al muerto o que nunca le había declarado cuanto lo amaba. Pero en este funeral no hay ninguno de ellos, él era demasiado joven. Ni siquiera ha vivido lo necesario para considerar su vida como vida en sí. Y puede que lo peor ya no sea el hecho de que él haya muerto, del pequeño ataque de ansiedad que tuve con Natalia cuando me lo dijo, puede que ahora lo peor sea verle a él tan muerto como a su hermano.

—Aleix, puedo hablar con mi madre...

Su madre casi le ha obligado a levantarse y a ducharse. Tiene el pelo aún un poco húmedo y el traje le queda un poco más grande de lo normal. No se nota demasiado, pero las mangas le cubren más de lo que deberían y su madre ha tenido que meterle el dobladillo a los pantalones. Al igual que el traje, su expresión y su rostro tampoco parece que sean suyos.

—Méndez, prefiero no tenerte allí —susurra serio.

—Está bien.

Todo el hielo que alguna vez contuvieron sus ojos ahora está derretido y salado, preparado para ser derramado en cualquier momento. El deshielo ha provocado la aparición de un nuevo Aleix igual de distante que el anterior, mas el hielo ahora se ha convertido en indiferencia hacia todo. Y eso me atemoriza. Aún no he decidido si prefiero el hielo a la nada, ambos tienen una apariencia oscura, oculta, vanidosa incluso. Una vanidad que funciona como muro separando el mundo y sus pensamientos, sentimientos y penas. Separando a partir de hoy a su hermano del resto del universo.

De sus labios sale un suspiro y vuelve a alisarse el traje por tercera vez. No está nervioso, más bien cansado, exhausto. Bueno, para qué engañarnos, parece un muerto andante. Está pálido, sus ojeras son notables y casi tan oscuras como su traje, sus movimientos son lentos como la caída de las hojas inservibles en otoño y sus ojos ya no se posan en cosas, sólo se deslizan sobre ellas sin verlas. Nunca había visto a Aleix de esta manera y nunca me había sentido tan impotente ante una situación.

Se acerca a mí mientras pienso en estas cosas con la vista pegada al suelo y, cuando me quiero dar cuenta de que está a mi lado, Aleix planta un beso en mi frente. Cierro los ojos intentando absorber todo el cariño que puede haber en el gesto. Después se separa y se sienta ignorando las prisas de su madre.

—No es nada personal, simplemente no quiero verte entre todas esas caras tristes —me dice con la mayor pasividad del mundo.

—Incluida la tuya.

—Incluida la mía. —Su sonrisa se desliza sin decirme nada—. Prefiero que te quedes y me calientes la cama hasta que yo llegue.

—¿Es esa mi única utilidad? ¿Calentarte la cama? —bromeo.

—Tú tienes muchas utilidades, pero por ahora sólo necesito ese servicio... y por esta noche. Voy a necesitar un tiempo para asumir todo esto.

  ─¿No quieres que nos veamos? ─susurro intentando aguantar la bomba de sentimiento que pita en mi pecho.

  ─No es por ti, Méndez ─susurra─. Sólo necesito un tiempo. Es el segundo hermano que pierdo y te puedo asegurar que ésto será más difícil de superar que el anterior.

—Está bien.

No, nada está bien. Si pensaba que Aleix estaba distante, esto es aún peor. Ya no es que quiera distanciarse y recluirse del mundo cruel y juguetón que le rodea, sino que en ese búnker no hay espacio para mí. Me pregunto si de verdad éste es el final mientras se levanta. Casi ni siento que vuelve a besarme —esta vez en la mejilla— antes de marcharse. No, el humo parece haberse extendido por mi sistema nervioso confundiendo a todos mis nervios, neuronas e impulsos nerviosos.


Fin.

Bandas.Onde histórias criam vida. Descubra agora