Capítulo XXV.

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Gabriel golpea el escritorio en el que estoy sentada. Mi cuerpo se tensa pero no me muevo, sé que si lo hago terminaré muy mal. Sus ojos vuelven a clavarse en mí pero en ellos no veo furia, veo arrepentimiento y miedo.

  —Creo que te estás confundiendo —susurra fingiendo tranquilidad.

  —No, Gabriel. Eras tú.

Algo cambia en sus ojos. El miedo se expande en mí e intento salir de su prisión pero él me detiene. Sus manos rodean mi cara y no puedo evitar el choque. Intento separar nuestros labios pero su agarre es férreo, imposible de soltar. Pongo mis manos en su pecho y empujo. Gabriel insiste y comienza a hacerme daño. Gimo en su boca por el dolor. En un último intento busco su piel, mis uñas le arañan y consigo enganchar su labio con mis dientes. Gabriel grita y por fin se aparta. Noto el sabor del hierro en mi boca.

  —Lina —me llama desde el centro de la habitación.

  —Lárgate —le digo señalando hacia la puerta.

El labio de Gabriel sangra sin parar y la sangre ha goteado sobre su camiseta. Llevo mis dedos a mi boca, más sangre. Algunos recuerdos comienzan a colarse. La sangre, el dolor...

  —Escúchame, por favor —me suplica.

  —¡Qué te vayas a tomar por culo, joder! —grito sin importarme quien pueda oírme.

Voy al baño cuando la puerta vuelve a cerrarse y escupo toda la sangre. Me lavo rápidamente y observo mi imagen en el espejo, como hace cuatro años. Siento nauseas y me inclino encima del retrete aunque intento contener las arcadas. Cuando consigo tranquilizarme he devuelto como dos veces.

  —No ha pasado nada, puedes con esto —me recuerdo.

La mirada de Gabriel vuelve a recorrerme. Me tapo la cara con las manos y cuento hasta diez, luego hasta veinte, hasta treinta... y la puerta me interrumpe. Me lavo la boca, me miro al espejo y me doy ánimos.

Aleix está al lado del escritorio y mira el suelo con curiosidad. No tengo tiempo ni ganar para preguntarle cómo ha entrado por lo que camino hasta la cama y recojo mis cosas sin mirarle. Cuando vuelvo a alzar la vista Aleix me observa con cierta curiosidad.

  —¿Estás bien? —susurra.

  —Sí, perfectamente.

Aleix se acerca a mí pero le esquivo y termina besando mi mejilla. Cuando se separa me mira dolido, no confuso, sino dolido. La culpabilidad se instala en mi pecho pero no puedo besarle, ahora no.

  —Hay que empezar con la representación, ¿no? —digo y salgo casi corriendo de la habitación.

El frío de la calle me golpea y el viento se lleva todos mis problemas por unos segundos sólo por unos segundos. Respiro algunas veces mirando a mi alrededor sin, en realidad, prestar atención a lo que estoy viendo.

  —Hey, Gaby —dice Aleix tras de mí.

A tres metros de mí está Gabriel, fumándose un cigarro. Él se gira pero en vez de mirar a Aleix se me queda mirandome. Se ha cambiado de camiseta y no tiene ninguna herida exterior pero su labio está hinchado y rojo. Desvío la mirada y me abrazo a mí misma.

El metro está abarrotado y Aleix coge mi mano para no separarnos. Sé que no deberíamos hacerlo pero él ni se ha dado cuenta de que lo ha hecho. Es un reflejo que me encanta y no puedo rechazarlo.

En la habitación, cuando he esquivado su beso no ha sido algo voluntario. Gabriel ha agrietado el muro de nuevo con su violencia. Me regaño por ser tan débil y sobre todo por el dolor que pude percibir cuando le esquivé. Quería contárselo, de verdad quería, pero era tan cobardica que dejaría que la situación pasase y se olvidase.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora