Capítulo L.

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Domingo.

Sus pasos son sordos bajo el ruido de las calles, camina sigilosa por los adoquines intentando simular tranquilidad aunque su corazón esté acelerado. No se pregunta el porqué de esa situación, tampoco dedica mucho tiempo a pensar en las consecuencias o por qué la gente no detecta su presencia o sus intenciones.

Todo el mundo me mira sin mirarme y sabe sin saber lo que escondo.

Esa frase se repite en su cabeza una y otra vez y sabe que él tiene razón. La gente la mira pasar con vaguedad, como si fuera una simple sombra que se mueve por las esquinas intentando no ser percibida; la gente sabe lo que es, sabe que en su cabeza se esconden cosas como se esconden en un cerebro humano, pero no saben la gravedad o el grado de locura que puede hacer en esos conceptos. No sonríe exteriormente, se mantiene seria no queriendo que la gente comience a mirarla mirándola. No quiere que nadie encuentre lo que no debe encontrar.

A lo lejos ve su cuerpo entre la masa de personas sin mirada y sin conceptos extraños, es pequeño pero hay algo en él que ella ni siquiera conoce que le hace verle a la distancia. Mientras se acerca a ese punto, una niña se tropieza con su pie, cae al suelo y se raspa las manos contra el suelo. Su instinto más humano se agacha y la recoge, pero las nuevas raíces de su pecho tiran de ella para que se detenga. La madre le agradece que recogiera a la niña, y con una sonrisa se despiden. No sospecha nada, se dice así misma, así debe de ser. Sus pasos son más tranquilos intentando evitar el contacto ajeno, evitar interacciones puede hacer que su parte más humana desaparezca de una vez.

—¿Lo has traído? —pregunta sin ni siquiera mirarla.

—Sí.

Su cabeza hace un gesto brusco hacia la derecha indicándole que tiene que entrar en el callejón. No espera a que él se mueva y entra en la calle sin salida sin saber en realidad lo que va a pasar. La calle es larga y se adentran hasta el fondo, a unos treinta metros de la calle principal donde hay un hombre tendido en el suelo. Los secuaces se ríen mientras las súplicas son lanzadas al aire, ignoradas y llevadas por el viento. Sus vaqueros están rasgados, llenos de sangre, como si hubiera arrastrado las rodillas por el áspero cemento; sus ojos parecen inservibles y sus manos tiemblan por culpa de la adrenalina del momento. Pena, sí. Eso es lo que podías llegar a sentir por él.

Su corazón da un vuelco, aún tiene que dejar que las raíces los envuelvan bien.

—Su turno, señorita.

Pocos segundos después el cuerpo del estudiante de intercambio vietnamita Tuan Nguyễn cayó en el suelo, en el silencio, en el olvido.

El día ha caído junto a los párpados de Natalia, por nuestra parte estamos demasiado despiertos como para irnos con ella. El dinero se acumula en el suelo junto a uno de los anillos de Gabriel, el cual lo apostó al quedarse sin dinero. Tiene que ser una baza muy buena para apostarlo, pero aún así sigo en la partida. Aleix no ha querido participar, pero sí se ha dedicado a acariciarme y, de vez en cuando, a dejar un mensaje detrás de mi oreja con un beso. Su mano acaricia mi muslo justo cuando Javi se alza victorioso cogiendo todas las fichas que en total habíamos dejado todos en el círculo. Gabriel mira el anillo con cierto mohín en los labios, pero Javi al final termina dándoselo por pena. La partida vuelve a empezar, esta vez sin Gabriel que ha perdido todas sus fichas.

—Javi va de farol —susurra Aleix mientras juega con uno de los rizos de mi cabello.

El chico del cabello azul mira las cartas del suelo con una esquina el labio tirada hacia arriba. Tiene el pelo despeinado después de que Natalia se lo haya estado acariciando toda la tarde mientras hablábamos y jugábamos al parchís.

Bandas.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant