Capítulo XX.

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Jueves.

Mis párpados se niegan mantenerse plegados. La profesora se contonea de un lado al otro enfadada e irritada. Su moño está medio caído y su voz se eleva sobre todos los murmullos de los alumnos mientras nos insulta. Incompetentes, inútiles, vagos.

  —Creo que su marido ha olvidado darle lo que necesita —me susurra Anís.

  —El sexo no es la principal causa de la amargura —le corrijo y ruedo los ojos.

  —No deberías de hablar, tú eres mi mayor ejemplo.

Mi pie golpea contra su espinilla haciendo que Anís lance un sutil y agudo chillido. Toda la clase se queda en silencio aunque la profesora sigue con su vulgar reprimenda. Siempre me pregunto si no se cansaran de echarnos la bronca.

  —Te has pasado —dice Anís molesta mientras se frota la pierna.

Ignoro a Anís y me vuelvo hacia Natalia. Tiene la mirada perdida por la ventana y creo que sus pensamientos siguen el mismo camino. Su ánimo está bastante decaído y se niega a contar por qué. Creo que esto es un tema amoroso, se volvió más taciturna cuando dejó de hablar de su amigo especial —o como quiera llamarlo—. He intentado hablar con ella pero siempre me contesta que me lo contará más adelante. Simplemente asiento, no quiero entrometerme demasiado.

  —Ella también está en el grupo, ¿eh? —susurra Anís. Está preocupada.

  —Puede que sí. No me ha querido contar nada.

  —A mí tampoco. No es muy expresiva cuando se encuentra en ese estado de depresión pos-aventura.

La profesora vuelve a pedir silencio y reanuda la explicación. Mi mente se pierde entre sus palabras, e preocupa Natalia. Aquí es cuando maldigo por no tener ese don suyo, el que le hace saber todo lo que piensa la gente.

Espero en la cola con ansias de comer. El chico que está delante de mí es demasiado lento cogiendo alimento. Si viviéramos salvajes, éste moriría el primero, pienso con un suspiro. Por fin termina y consigo acceder a las bandejas. Cojo rápido y sin mirar mucho. No hay una gran variedad pero por lo menos nos dejan elegir.

  —Lina —es Gabriel.

  —Hola, Gaby.

Se me hace un poco raro llamarle así pero el otro día me pidió que le llamar por su apodo, que su nombre completo no le agrada. Su madre se lo puso por un ángel con ese mismo nombre y al parecer él prefiere estar alejado de cualquier aspecto sobre los ángeles o los demonios. Nadie lo diría al ver su camiseta. “Bailemos en el infierno”.

  —¿Qué tal todo?

  —¿Sólo has venido a preguntarme eso? —digo mientas coloco una mano en mi cintura.

Parece nervioso y no creo que sea por algo referente a mí. Veo que se pasa la mano por el pelo y lo peina varias veces.

  —La verdad es que no. —Me sonríe— Quería preguntarte otra cosa.

  —Pues corre, la bandeja pesa —digo y la alzo cuando noto que se me está escurriendo.

  —¿Van a venir tus primos a la fiesta de mañana?

La pregunta me deja aturdida. ¿Qué le interesa a él que vengan o no?

  —No lo sé, ¿por?

  —Sólo era por preguntar.

Se dirige a nuestra mesa mientras yo me quedo estática, pensando. No entiendo por qué duda tanto al preguntarme por ellos, y aún entiendo menos el hecho de que me pregunte por ellos.

Bandas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora