Capítulo XLI.

835 43 0
                                    

El frío se resbala por su cuerpo cuando sale. El silencio de la calle hace que le piten los oídos, está cansado de esperar entre todo ese alboroto. Ha sido tonto al pensar que él estaría a su lado en esta fiesta. Ha sido un tremendo subnormal. El suelo cruje bajo sus pies, el sonido suena extraño en sus oídos. El reggaetón es uno de los géneros más asquerosos, Víctor lo odia. Solamente sirve para zorrear con gente y Víctor, como chico tímido que es, no le gusta demasiado eso de zorrear con gente desconocida. Saca un cigarro del bolsillo y lo enciende. Ha sido muy tonto.

El portero le observa desde la puerta, Víctor lo sabe, pero no se preocupa. No parece interesado en él, tal vez simplemente sea un curioso que quiere saber qué hace aquí fuera con el frío que hace.

No ha visto a Lina desde que se metió en aquella sala. Se acobardó en el último momento al ver su cabellera oscura, no tenía valor para mirarle a los ojos. Víctor suspira y se aprieta el puente de la nariz. Tiene mejores cosas que hacer que ir corriendo tras de él —por ejemplo, mediar con el tema de su padre—, pero extrañamente, siente algo en el pecho cuando él le invita a este tipo de cosas para después dejarle abandonado. Ahí es cuando se siente una jodida mierda.

Escucha la puerta abrirse, es un sonido chirriante que daña sus sensibles oídos. Está apoyado en el coche y hace una mueca al escuchar ese sonido. Le da otra calada y expulsa el humo mientras sigue pensando que debería de haber hecho caso a Aura y haberse quedado en casa.

—¿No sabes que fumar es malo? —dice una voz que hace que el vello de su cuello se erice.

Su mano aparece en la visión de Víctor y coge el cigarro medio consumido de sus dedos. Víctor no se queja y deja caer la mano donde tenía el cigarro. Gaby camina hasta ponerse delante de él y le da una calada. Víctor traga silenciosamente al ver sus ojos, desde el primer momento que los vio ha estado cautivado por ellos.

—Y hacer esperar a la gente también es malo —susurra y se apoya más en el coche.

Gaby hace una mueca y después tira el cigarro. Víctor se siente nervioso, ¿es que acaso no podía enfrentarse a él sin ese temblor de manos? Víctor suspira con impotencia.

—La partida...

—La partida de póquer —le interrumpe—. Lina me ha contado.

Gaby frunce el ceño y mira al suelo. El silencio se acopla entre ellos, un silencio incómodo y escondrijo de secretos. Víctor le observa de arriba abajo. Sus botas raídas, sus vaqueros rotos y sus camisetas anchas, esta noche el grupo que ha elegido para vestir es Metallica. Sus ojos se encuentran y Víctor siente que se sonroja. Agradece que sea de noche y mira hacia otro lado.

—No debí de venir —susurra y cierra los ojos—. Te dejo con tus cosas.

Cuando mueve su cuerpo la mano de Gaby aparece y le agarra. Víctor la mira y después mira la cara de Gaby. Cada vez que él intenta irse Gaby le coge, pero su expresión es más de apabullamiento que de otra cosa. Víctor aparta su mano de su brazo delicadamente mientras niega con la cabeza.

—Lo siento, Gaby. Hoy eso no funciona —susurra.

No lo mira cuando se da la vuelta. Le jode hacerlo así, pero está cansado, muy cansado. No hay unos pasos que lo sigan, lo que hace que se hunda un poco más su corazón. Las calles están desoladas y el frío parece ser el causante de todo eso. Víctor camina con la mente en blanco, sabe que no es bueno ponerse a pensar cosas cuando te has tomado dos cubalibres. Su atención está puesta en sus pasos y en el sonido de su chaqueta cuando se balancea al caminar.

Un rugido atraviesa la calle. Víctor alza la cabeza y mira hacia atrás bastante confundido. Una moto negra se adentra en la calle. Reconoce la moto al instante. Sobre aquella moto conoció al chico de ojos de tierra y mar.

Bandas.Onde histórias criam vida. Descubra agora