13. Stefan.

488 81 16
                                    

13.

—Mátala.

Fue lo único que dijo Agustín al ver como el hombre presionaba la hoja de aquel objeto contra el cuello de María.

Por su parte, ella ni siquiera se extrañó ante aquella escogencia, sabía que podía haber dos razones por las cuales él había dicho eso.

La primera era que al momento de incitarlo y hostigarlo podía llegar a estresarlo, y lo más probable sería que el hombre la soltara.

La segunda, era que posiblemente sí lo decía enserio. Tal vez la iba a dejar morir, pero ciertamente, le daba igual. Sabía bien que moriría en cuestión de tiempo, un día más un día menos, no hacía la gran diferencia.

— ¿No la vas a defender? — Interrogó el hombre en un tono demasiado nervioso para su propio gusto.

— ¿Para qué? ¿Para qué te asustes y le cortes el cuello? ¿Para qué tu arranque de rabia le termine quitando la vida de igual forma?

—Yo no haría eso— Se defendió él, relamiéndose los labios.

—No digas mentiras— Le regañó mientras metía sus manos en los bolsillos de si oscuro pantalón—. Soy más inteligente que tú, no soy un salvaje que actúa por instinto.

—Eres un asesino.

—No, no lo soy— Agustín soltó una risa apenas audible y dio unos pasos en dirección al hombre, provocando así que él retrocediera—. Yo soy tu Dios, tu verdugo, a quien le debes implorar por tu vida... Yo lo soy todo- Terminó en un susurró siniestro.

—Yo voy a vivir, y ustedes van a morir— Contestó titubeando.

—No— Siguió él con ese tono bajo y escalofriante—. Yo soy la vida y la muerte, yo decido quien sigue en este podrido mundo, yo soy capaz de matar a quien sea, y aunque le ruegues a tu Dios, él no podrá evitar que seas salvado, por la sencilla razón de que yo no creo en nada.

Por unos segundos se estuvieron mirando el uno al otro. El hombre sudando por el nerviosismo y pánico que le causaba el tener a ese chico tan amenazante justo allí, y Agustín tan fresco como la noche que los rodeaba.

— ¿Voy a morir? — Indagó el hombre asimilando lo que podría pasar.

Agustín dudo por unos segundos de su respuesta. Vagó su mirada por todo el lugar en busca de una respuesta objetiva, hasta que sus ojos quedaron posados sobre algo que se encontraba detrás de aquel sujeto.

—La verdad, no te quiero dar falsas ilusiones, por lo que seré sincero— Él dio otro paso hacia adelante para después colocar su mano izquierda sobre uno de los hombros del señor—: Vas a morir— Hizo una pausa y miró hacia la oscuridad que había frente a él—, pero no será de mi mano, ¡Víctor! — Gritó dando así la señal para que la figura oculta entre las tinieblas saltara y asesinara de una vez a aquel miedoso hombre.

Al instante en que sintió el disparo, soltó a María y a la daga con la que la amenazaba. La chica cayó de rodillas contra el suelo. En instinto se agarró el cuello y no pudo evitar sentir cierto alivio.

—Pensé que querías morir— Vociferó Agustín.

—Alguien estará muy enojado cuando sepa que casi permite que asesinen a la señorita Vidal— Advirtió el hombre, tomando el brazo de María para poder ayudarla a colocarse en pie.

—Primero que todo— Empezó Agustín—, no es un "casi permite", la iba a dejar morir, hubiese sido una buena ofrenda, segundo; él no se enojara si no se entera...

—Y tercero, yo no tengo porque recibir órdenes de usted— Finalizó dándole una sonrisa forzada, la cual borraría cualquier atisbo de falsa alegría que el Argentino mantenía en su rostro.

Cuando el sol se escondeWhere stories live. Discover now