31. María Antonia.

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31.

—María Antonia Vidal Vandera.

—Ese es mi nombre, lo sé, no hace falta que lo doga completo— Le reprendió aquella chica, que apenas y pasaba los trece años.

—Actitud muy hostil— Anotó en una libreta, la mujer que se encontraba al otro lado de la mesa.

—Eso es pasivo-agresivo, está colocando todas mis acciones que le parecen reprochables, sintiéndose moralmente superior— Señaló, mirando a la mujer de abajo hacia arriba, o todo lo que la mes ale permitía ver.

—Observadora y a la defensiva— Volvió a apuntar—. ¿Siempre les muestras a las personas en las cosas que se equivocan? — Le cuestionó, golpeando el lapicero contra la superficie.

—No, prefiero guardarme mis pensamientos; y a usted no le tengo miedo— Susurró el final, bajando levemente la cabeza, para después volver a alzarla con dignidad y orgullo.

— ¿Le tienes miedo a alguien? — Preguntó la mujer, percatándose de ese pequeño detalle que sin querer, la niña había revelado.

—No— Soltó rápidamente, intentado sacarle esa idea de la cabeza, pero termino sonando más como una respuesta aprendida previamente.

— ¿Qué me cuentas sobre tu entorno, María? Tengo entendido que tu padre es duque y está bastante cerca de la corona española— Empezó a decir, sacando de su mente toda la información que había recolectado acerca de la niña y su vida.

—Normal, cuando vives toda tu vida alrededor de esas personas no sientes nada extraordinario— Contestó, con su clásica sequedad a la hora de expresarse, parecía como si contuviera cualquier gesto o emoción, para solo mostrar un porte formal y serio, poco propio de una niña de su edad.

— ¿Cómo está la escuela? He visto que tienes calificaciones muy buenas, eres todo un prodigio— Anunció, regalándole una amplia sonrisa.

—Es mi deber, no es para tanto— Se limitó, cruzándose de brazos y desviando la mirada alrededor de la estancia.

A su alrededor, casi todo era gris, a excepción por la bonita blusa rosa que llevaba aquella mujer, que por más que tratara, no llegaría a tocar lo que María guardaba, a menos de que tocará una fibra realmente sensible.

— ¿Consideras que debes sacar por obligación buenas notas? ¿Disfrutas realmente ir a la escuela? — Siguió indagando—. Puedes confiar en mí, nada de lo que digamos aquí saldrá si no quieres que cuente algo— Le mencionó, demostrando sinceridad y compasión en su mirada.

—Puedo tener trece pero no soy estúpida, sé que haga lo que haga me internaran en ese instituto, nada cambiará eso, diga lo que diga— Aseveró, mirándola fijamente a los ojos, bajo su hermético semblante.

A simple vista María Antonia lucía como toda una muñequita; usando sus medias de colores y patrones divertidos, que le quitaban formalismo a sus faldas de colores neutros y sus suéteres, camisas y chaquetas elegantes, asiendo contraste con sus bonitas diademas, las cuales le daban ese toque infantil que conservaba a pesar de su adulta actitud.

—No, no es cierto— Dijo la mujer, estirando una de sus manos por encima de la mesa, dándole cuenta de inmediato, que la joven no tenía las manos sobre la superficie—. Lo que me digas será totalmente confidencial. Seré tu psicóloga, yo te acompañaré en todo, puedes confiar en mí— Trató de hacerla caer en cuenta de que ella era una ayuda, pero María se mantuvo con su fría expresión y los brazos cruzados.

—Estoy bien, no necesito ayuda y no estoy loca— Replicó, alzando un poco el tono de voz, escondiendo sus manos empuñadas con fuerza bajo sus brazos. Estaba perdiendo su tranquilidad, y la psicóloga lo estaba notando.

Cuando el sol se escondeWhere stories live. Discover now