Capítulo 11: Descontrol

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A continuación les voy a describir el desastre atroz que estaban viendo mis ojos en ese momento. Era el apocalipsis de mi tranquilo mundo.

La historia era más o menos la misma de la vez anterior, se habían filtrado fotos tomadas por personas aleatorias que las habrían mandado al canal. A continuación se podían ver imágenes en donde Rex y yo estábamos saliendo y entrando de mi apartamento, mientras íbamos a hacer la compra, o incluso caminando en la acera con Drew a nuestro lado. También mostraban una última en la que si le hacías un acercamiento se podía apreciar al baterista mirando por la ventana de mi planta ocho. Después de todo ese desfile de imágenes, comenzaron a pasar algunas solo mías, sonriéndole a la cámara, abrazando a Drew y haciendo diferentes poses. Las reconocí como las que tenía colgadas en Facebook. El titular era "¿QUIÉN ES ALMA BLAKE?", en letras rojas y grandes, pero luego de un rato cambió a "LA NUEVA NOVIA DE REX TYLER".

—¡Es el chico que estaba aquí la otra noche! -gritó mi madre, en medio de un mueca de sorpresa y horror.

Yo no contesté, simplemente choqué mi frente contra la mesa y me tapé la cara con los brazos. Juró que lo único en lo que podía pensar era "Mierdamierdamierdamierdamierda".

—¡Alma! —exigió ella de nuevo, perdiendo la paciencia.

—Lo es —dije más como un patético sollozo.

—¡Dios mío! Es famoso, ¿lo sabías? —exclamó.

Como aún me cubría la cara con los brazos no pude verla, pero sentí su voz enojada.

—Sí, lo sabía...

—Pero hija, aquí muestran fotos durante diferentes horas del día, ¿es que estaba todo el tiempo aquí? —preguntó. Me había descubierto.

Repito, aún "Mierdamierdamierda".

—Él... —levanté la cabeza lentamente y comencé a explicarle todo, dispuesta a decirle la verdad, cuando la irritante comentarista me interrumpió.

—Vecinos nos cuentas que al parecer Rex Tyler se estuvo quedando varios días en la casa de nuestra misteriosa chica, Alma Blake —profirió emocionada por el chisme, con voz estridente desde la tv.

Mi madre me dedicó una mirada asesina.

—¿Es verdad? —demandó.

—Sí —volvía chocar la frente contra la mesa, vencida.

Aquí venía la reprimenda.

A pesar de que pasé un buen rato convenciendo a mi madre de que entre Rex y yo no pasó nada (no contándole la verdadera historia del concierto, por supuesto), al final terminó por creerse al historia de que era un amigo de Drew que necesitaba un lugar en donde quedarse, porque su banda lo había abandonado y no tenía dinero para alquilar un cuarto en algún otro sitio. Lo último era parte de la verdad.

Cuando mi mamá se fue, varias cámaras perdidas la interceptaron, y yo pensé que había sido una locura. Mi yo inocente del pasado no sabía lo que le esperaba.

A la mañana siguiente un sinfín de cámaras, fotógrafos, flashes, periodistas y fans con remeras de la banda se apretujaban contra la puerta de mi edificio, peleándose por tener la mejor imagen de él. Lo comprobé cuando miré por la ventana y al mismo tiempo me cegaron lo que me pareció un millón de flashes juntos.

¿Qué iba a hacer? Estaba desesperada, ni siquiera podía ir a trabajar (no estaba tan loca como para meterme yo solita en esa jungla de periodistas locos).

Sin encontrar la solución, llamé a Drew.

—Drew... —casi lloré por el teléfono. Casi.

—Lo sé, lo sé. Lo he visto todo —me dijo con voz tranquilizadora.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now